viernes, 6 de marzo de 2015

Viajeros románticos




Uno de los milagros constantes de la Semana Santa como forma de detener el paso del tiempo es que los viajeros románticos siguen existiendo. Cada día llegan, ahora en el Ave como entonces en la diligencia de Carmona la que por la vega pasas. Gracias a los viajeros románticos se acuñó en buena parte la imagen de Andalucía. Y gracias a los nuevos viajeros románticos seguimos descubriendo claves de descubrimiento de nuestro pueblo, que a nosotros se nos ocultan.

La Semana Santa es tiempo propicio para que a pocas relaciones que tengas, en la hospitalidad de la tierra te caiga la responsabilidad de recibir, atender y acompañar a un viajero romántico. A mí me ha cabido la suerte de ver a la Virgen de Guadalupe de mi barrio del Postigo al lado de Hugh Thomas, el máximo historiador de la Nueva España. O he visto los romanos de los pasos de misterio con Terenci Moix, que es como contemplarlos en la parte egipcia del Imperio. Gómez Marín, en reciente discurso cofradiero (que no pregón, gracias a Dios) que dio en Huelva y que le censuraron en el No-Do neofranquista de Canal Sur TV, ha referido la anécdota de uno de estos últimos viajeros románticos, que fue atendido por Eduardo Osborne. El viajero romántico era Yehudi Menuhin. Se llevó el buenazo de Eduardo Osborne a Menuhin a los palcos a ver las cofradías en plan tranquilito y sin bullas, y el músico quedó alucinado con las marcha procesionales que sonaban tras los pasos. Tras un palio, una banda tocaba "Amargura". Menuhin, tras estarla oyendo muy atentamente, le comentó, convencido, a Osborne:

–Esta música es de Tchaikowski, ¿no?

Igual que no se rompe la ilusión a los niños diciendo que los Reyes Magos son los padres, Osborne no picardeó a Menuhin diciéndole que los Tchaikowski aquí son los Font de Anta, y se fue el hombre de Sevilla con esa creencia. Que, como ocurre con los viajeros románticos, nos descubrió una clave de nuestra cultura: que las marchas procesionales clásicas suenan a nacionalismo ruso porque forman parte del mismo movimiento artístico y hunden sus raíces cultas en la tierra fértil de la música popular. Lo que "Amargura" tiene de cante jondo le sonaba a Menuhin a campanas de gran pascua rusa. Había oído campanas, pero no sabía que eran los campanilleros del nacionalismo musical andaluz de Falla o de Turina, en el que hay que inscribir a la saga de los Font, a Gómez Zarzuela o a Pantión.

Mi viajero romántico de este año ha sido un cantante: Amancio Prada. Estuve balconeando cofradías con Amancio Prada, ante la impresionante puerta catedralicia de la Asunción, y quien puso música a Rosalía de Castro estaba impresionado por la colectiva ópera sacra del conjunto de las cofradías que pasan y la bulla que las ve pasar. Le sorprendía a Amancio Prada que cada uno se supiera su papel en la representación con tanta exactitud. Me dijo:

–Un espectáculo así no lo sabe ni lo puede poner en pie ni la ópera de Nueva York con todo su presupuesto.

Y luego me ayudó a colocarme en esa esquina de la contemplación de la fiesta en la que sólo sabe ponernos el viajero romántico:

–En esta España donde el teatro está subvencionado, el cine subvencionado, la música subvencionada, la ópera subvencionada y toda manifestación artística subvencionada, esto que hacéis es la única representación popular al mismo tiempo religiosa y cultural que no tiene subvención alguna, que la pagáis vosotros mismos sin pedir dinero en ninguna ventanilla y la ofrecéis además gratuitamente a todo el que la quiere ver.

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