lunes, 30 de marzo de 2015

Farol de cruz de guía



En esta madrugada de siglos de concordia, antes que los vencejos vengan quebrando albores de capirotes verdes de terciopelo antiguo, aún no sé por qué Arco o esquina de mi barrio, antes que la zancada del paso racheado le dé un andar de Hombre al que todo lo puede, antes de que la noche se mire en un espejo de negros capirotes y ceras de tinieblas, vendrán rompiendo el tiempo con esa cruz de guía dos faroles sin fecha que me sé de memoria: su cristal, el reflejo del pabilo que arde, el vástago tallado, la contera de goma, la orla que corona ese sol apresado con reflejos de luna y las gotas de cera que lloran mi tristeza y empañan los recuerdos.

Esta noche, maestro, su farol en la calle, dirán los aprendices que llegaron de seises a saber de tu oficio de aguja y jaboncillo. Eras joven, tenías un taller de alfayate y un amor de oficiala que te enhebró su vida. Te llamaban maestro, lo eras de tu gremio y también de la vida, de llamarle Sevilla al gozo y la alegría de tu puro en los toros. Maestro ahora te digo: tú también me enseñaste a cortar delanteros para estrenar el traje al que llamamos vida, en el que cada día es Domingo de Ramos del mundo por delante.

Esta noche, maestro, tu farol en la calle. Lo lleva el nazareno que sale a San Lorenzo cuando suena en la torre la hora señalada. Le da luz al dorado que moldea los signos de tormento y Calvario en esa cruz de guía: la escalera, el hisopo del vinagre y la burla, las tenazas, los clavos... Recuerdo que decías, con tu gracia de barrio, corral y calle Feria, el tinto, los amigos, mostrador de Morales: "Salgo de nazareno junto a una cruz de guía que es el escaparate de El Tornillo o La Llave".

Yo sé por qué salías, tu farol en la mano, como antes el cirio del tramo del Senatus, hasta alcanzar la gloria de pareja nombrada o un primor de plateros en un altar de insignias. Perdona que revele la promesa que hiciste, cuando yo me moría y fuiste a San Lorenzo a pedirle al Cisquero, al que todo lo puede, que aún no me llevara y hoy pudiera escribirte. Por eso cada noche que de casa salías con la túnica negra y el largo capirote, el camino más corto para tus pies descalzos era el largo camino de dudas que ahora piso.

En esta madrugada yo sé que voy a verte, maestro, nazareno de promesa, descalzo. Esta noche presiento que voy a ver tu mano llevando luz sin tiempo junto a una cruz de guía. En estos capirotes de ruán y de tiniebla vuelven en esta noche nazarenos ya idos; se ponen el esparto como tú lo llevabas, y en la mano esa plata de Seco o Marmolejo, o quizá ya otra plata, pero la misma mano. Esa mano visueña que la reconocía en cada madrugada por el signo indeleble del callo del trabajo de alfayate y tijera.

Calla, calla, ya vienen. Castelar está a oscuras. La Puerta que cruzaste tantas tardes de toros se ilumina de cera, Arenal en silencio. Si Mar es esta calle, es mar de capirotes. Y ahora doblan la esquina de botica y quincalla, que les va abriendo paso aquella cruz de guía. Y vienen los faroles. El tuyo lo conozco. No conozco otra cosa que la luz de su plata, en esta madrugada que es la misma de entonces.

La mano que lo lleva es tu mano, que has vuelto. Yo sé que no te fuiste una noche de junio que San Pedro lloraba en cornetas de lágrimas. Sé que sencillamente ibas a San Lorenzo a sacar para siempre papeleta de sitio para darle las gracias en persona al Cisquero, en esa cortesía con que aún te recuerdan, ay, maestro alfayate que me diste la vida.

Perdona que no mire tu farol cuando pase. Sé que vas a decirme adiós con esa mano de callo y de tijera con que llevas la plata de la luz de Sevilla, farol de cruz de guía.

sábado, 14 de marzo de 2015

Almanaque del gozo





Don Antonio nació en la Puertalarená, en la calle Varflora. Don Antonio no hizo en su vida otra cosa que lo que muchos sevillanos: hartarse de trabajar; para que luego digan que somos unos flojos que no la doblamos. Don Antonio, como tantos sevillanos de su generación de hambre y de corral, dejó la escuela antes de cumplir los diez años y empezó a trabajar en un oficio que ha desaparecido: botones. Para muestra del esfuerzo de aquellos hombres, basta el botón de este botones, que como algunos llegó a director de su empresa. Que en los años sesenta de la España del desarrollo lo trasladó a Madrid. Allí se integró en aquel grupo que comandaban Manuel Díez-Crespo y José María del Rey Caballero y que una vez al mes se reunía a almorzar y a evocar Sevilla a los pies de un cuadro de la Virgen de los Reyes. Se llamaban a sí mismos Sevillanos en Madrid. Y un sevillano en Sevilla, que sufría a Sevilla en sus carnes, el profesor Enrique Sánchez Pedrote (traduzco para los olvidos locales: el padrino de pila y de Academia de Bellas Artes de Carlos Colón), una vez que comentábamos las reuniones de estos sevillanos en Madrid, me dijo con toda la guasa de poeta que tenía en su seriedad profesoral de la Historia:

–Pues estos sevillanos deben de ver la Giralda divinamente desde la Cibeles, porque mucho acordarse de Sevilla, pero ninguno se vuelve aquí a tragar quina...

El Don Antonio de nuestra historia, el sevillano de Madrid, una vez jubilado le hizo caso por fin al difunto Sánchez Pedrote y se compró un apartamento frente por frente a la iglesia de San Vicente y pasa ahora sus ocios entre su piso del barrio de Salamanca y este partidito de aquella plaza donde en los duales barrocos Sevilla le puso de nombre Las Penas a sus gozos de ruán del Lunes Santo. Aquí pasa el otoño, aquí las Pascuas, aquí viene como un rito cada Semana Santa. Menos este año. Don Antonio ha llegado ya. Me llamó la otra mañana:

–Niño, que sepas que ya estoy aquí. Así que si tienes un rato de lugar, a ver si nos tomamos un café tranquilitos en el Hotel Inglaterra y charlamos.

– ¿Pero ya has llegado para la Semana Santa?

– Para la Semana Santa, no: para el azahar. Tengo todavía cosas que resolver en Madrid antes del Domingo de Ramos, y me tengo que volver otra vez, así que solamente voy a estar unos días. Es que, mira, como he visto que la Semana Santa cae tan alta, si vengo en la fecha de todos los años me voy a perder el azahar. Me ha pasado otras veces con la Semana Santa alta. Y da un coraje llegar y ver que ya no hay flores en los naranjos, con estas calores que se vienen de golpe... Total, como no tengo ya dieciséis años precisamente y no me quedan muchos azahares que digamos, este año no estoy dispuesto a perderme este espectáculo, que no sabes cómo se echa de menos cuando no se vive aquí. Y, mira, al azahar de aquí de la plaza parece que le han dicho que venía a verlo: tiene unas ganas de brotar el pobrecito para que lo huela mi mujer... ¡Cómo están los naranjos de botones blancos, y si sabré yo de botones, niño...!

¿Qué tiene este tiempo de la ciudad, que como brujos de su magia andamos todos adivinando sus signos? Don Antonio toma como almanaque del gozo su azahar de San Vicente, que le ofrece cada año a su mujer como un nuevo ramo de novia, y yo le regalo a la mía todos los años la contemplación de las flores color capote de los árboles del amor de la Plaza de América. El árbol del amor ya ha florecido, con ese color capote de las ramas que sólo con tres verónicas y la media nos dejan en suerte la suerte de este tiempo en que al atardecer ya se oyen vencejos recitando la vieja declinación de la luz nueva de la tarde.

viernes, 6 de marzo de 2015

Viajeros románticos




Uno de los milagros constantes de la Semana Santa como forma de detener el paso del tiempo es que los viajeros románticos siguen existiendo. Cada día llegan, ahora en el Ave como entonces en la diligencia de Carmona la que por la vega pasas. Gracias a los viajeros románticos se acuñó en buena parte la imagen de Andalucía. Y gracias a los nuevos viajeros románticos seguimos descubriendo claves de descubrimiento de nuestro pueblo, que a nosotros se nos ocultan.

La Semana Santa es tiempo propicio para que a pocas relaciones que tengas, en la hospitalidad de la tierra te caiga la responsabilidad de recibir, atender y acompañar a un viajero romántico. A mí me ha cabido la suerte de ver a la Virgen de Guadalupe de mi barrio del Postigo al lado de Hugh Thomas, el máximo historiador de la Nueva España. O he visto los romanos de los pasos de misterio con Terenci Moix, que es como contemplarlos en la parte egipcia del Imperio. Gómez Marín, en reciente discurso cofradiero (que no pregón, gracias a Dios) que dio en Huelva y que le censuraron en el No-Do neofranquista de Canal Sur TV, ha referido la anécdota de uno de estos últimos viajeros románticos, que fue atendido por Eduardo Osborne. El viajero romántico era Yehudi Menuhin. Se llevó el buenazo de Eduardo Osborne a Menuhin a los palcos a ver las cofradías en plan tranquilito y sin bullas, y el músico quedó alucinado con las marcha procesionales que sonaban tras los pasos. Tras un palio, una banda tocaba "Amargura". Menuhin, tras estarla oyendo muy atentamente, le comentó, convencido, a Osborne:

–Esta música es de Tchaikowski, ¿no?

Igual que no se rompe la ilusión a los niños diciendo que los Reyes Magos son los padres, Osborne no picardeó a Menuhin diciéndole que los Tchaikowski aquí son los Font de Anta, y se fue el hombre de Sevilla con esa creencia. Que, como ocurre con los viajeros románticos, nos descubrió una clave de nuestra cultura: que las marchas procesionales clásicas suenan a nacionalismo ruso porque forman parte del mismo movimiento artístico y hunden sus raíces cultas en la tierra fértil de la música popular. Lo que "Amargura" tiene de cante jondo le sonaba a Menuhin a campanas de gran pascua rusa. Había oído campanas, pero no sabía que eran los campanilleros del nacionalismo musical andaluz de Falla o de Turina, en el que hay que inscribir a la saga de los Font, a Gómez Zarzuela o a Pantión.

Mi viajero romántico de este año ha sido un cantante: Amancio Prada. Estuve balconeando cofradías con Amancio Prada, ante la impresionante puerta catedralicia de la Asunción, y quien puso música a Rosalía de Castro estaba impresionado por la colectiva ópera sacra del conjunto de las cofradías que pasan y la bulla que las ve pasar. Le sorprendía a Amancio Prada que cada uno se supiera su papel en la representación con tanta exactitud. Me dijo:

–Un espectáculo así no lo sabe ni lo puede poner en pie ni la ópera de Nueva York con todo su presupuesto.

Y luego me ayudó a colocarme en esa esquina de la contemplación de la fiesta en la que sólo sabe ponernos el viajero romántico:

–En esta España donde el teatro está subvencionado, el cine subvencionado, la música subvencionada, la ópera subvencionada y toda manifestación artística subvencionada, esto que hacéis es la única representación popular al mismo tiempo religiosa y cultural que no tiene subvención alguna, que la pagáis vosotros mismos sin pedir dinero en ninguna ventanilla y la ofrecéis además gratuitamente a todo el que la quiere ver.