En esta madrugada de siglos de concordia,
antes que los vencejos vengan quebrando albores de capirotes verdes de
terciopelo antiguo, aún no sé por qué Arco o esquina de mi barrio, antes que la
zancada del paso racheado le dé un andar de Hombre al que todo lo puede, antes
de que la noche se mire en un espejo de negros capirotes y ceras de tinieblas,
vendrán rompiendo el tiempo con esa cruz de guía dos faroles sin fecha que me
sé de memoria: su cristal, el reflejo del pabilo que arde, el vástago tallado,
la contera de goma, la orla que corona ese sol apresado con reflejos de luna y
las gotas de cera que lloran mi tristeza y empañan los recuerdos.
Esta noche, maestro, su farol en la
calle, dirán los aprendices que llegaron de seises a saber de tu oficio de
aguja y jaboncillo. Eras joven, tenías un taller de alfayate y un amor de
oficiala que te enhebró su vida. Te llamaban maestro, lo eras de tu gremio y
también de la vida, de llamarle Sevilla al gozo y la alegría de tu puro en los
toros. Maestro ahora te digo: tú también me enseñaste a cortar delanteros para
estrenar el traje al que llamamos vida, en el que cada día es Domingo de Ramos
del mundo por delante.
Esta noche, maestro, tu farol en la
calle. Lo lleva el nazareno que sale a San Lorenzo cuando suena en la torre la
hora señalada. Le da luz al dorado que moldea los signos de tormento y Calvario
en esa cruz de guía: la escalera, el hisopo del vinagre y la burla, las
tenazas, los clavos... Recuerdo que decías, con tu gracia de barrio, corral y
calle Feria, el tinto, los amigos, mostrador de Morales: "Salgo de
nazareno junto a una cruz de guía que es el escaparate de El Tornillo o La
Llave".
Yo sé por qué salías, tu farol en la
mano, como antes el cirio del tramo del Senatus, hasta alcanzar la gloria de
pareja nombrada o un primor de plateros en un altar de insignias. Perdona que
revele la promesa que hiciste, cuando yo me moría y fuiste a San Lorenzo a
pedirle al Cisquero, al que todo lo puede, que aún no me llevara y hoy pudiera
escribirte. Por eso cada noche que de casa salías con la túnica negra y el
largo capirote, el camino más corto para tus pies descalzos era el largo camino
de dudas que ahora piso.
En esta madrugada yo sé que voy a verte,
maestro, nazareno de promesa, descalzo. Esta noche presiento que voy a ver tu
mano llevando luz sin tiempo junto a una cruz de guía. En estos capirotes de
ruán y de tiniebla vuelven en esta noche nazarenos ya idos; se ponen el esparto
como tú lo llevabas, y en la mano esa plata de Seco o Marmolejo, o quizá ya
otra plata, pero la misma mano. Esa mano visueña que la reconocía en cada
madrugada por el signo indeleble del callo del trabajo de alfayate y tijera.
Calla, calla, ya vienen. Castelar está a
oscuras. La Puerta que cruzaste tantas tardes de toros se ilumina de cera,
Arenal en silencio. Si Mar es esta calle, es mar de capirotes. Y ahora doblan
la esquina de botica y quincalla, que les va abriendo paso aquella cruz de
guía. Y vienen los faroles. El tuyo lo conozco. No conozco otra cosa que la luz
de su plata, en esta madrugada que es la misma de entonces.
La mano que lo lleva es tu mano, que has
vuelto. Yo sé que no te fuiste una noche de junio que San Pedro lloraba en
cornetas de lágrimas. Sé que sencillamente ibas a San Lorenzo a sacar para
siempre papeleta de sitio para darle las gracias en persona al Cisquero, en esa
cortesía con que aún te recuerdan, ay, maestro alfayate que me diste la vida.
Perdona que no mire tu farol cuando pase.
Sé que vas a decirme adiós con esa mano de callo y de tijera con que llevas la
plata de la luz de Sevilla, farol de cruz de guía.