jueves, 17 de diciembre de 2015

Navidad no hay más que una




 Como la madre de Pepe Pinto, Navidad no hay más que una, y yo me la encontré en Belén, mientras nacía el Hijo de la Esperanza Macarena.

Es costumbre de estas fechas hacer campañas benéficas para ayudar a los necesitados. Fiel a la moda de lo "solidario" que da la razón a los campanilleros ("porque en esta tierra ya no hay caridad"), yo todos los años monto una especial campaña de Navidad, para ayudar a un necesitado: el castellano. El español no sólo está necesitado de ayuda en Cataluña, sino en toda tierra de esa Patria donde los separatistas quieren coger el Juan Najela de Levante, que decía mi maestro El Beni. Mi campaña de Navidad, año tras año, consiste en algo muy singular. Porque se trata del número gramatical, del singular de Navidad. Mi campaña consiste en hacer ver al personal que en español se dice Navidad, en singular, porque, como la madre de Pepe Pinto, Navidad no hay más que una, y yo me la encontré en Belén, mientras nacía el Hijo de la Esperanza Macarena, que es El que luego vemos andar, hecho ya un Hombre, en la Madrugada. Cuando me dicen eso de "Felices Navidades", pregunto con todo descaro pedagógico:

– ¿Ah, pero hay más de una Navidad?

– No, sólo una. Menos mal, menudo coñazo...

– ¿Pues por qué entonces pones en plural algo tan singular y dices "Navidades" en vez de "Navidad"?

Se me quedan que no saben qué responder, y se lo explico. Esto de las "Navidades" es una mala traducción literal de la cultura del Imperio que ahora vuelve a echarle Coca Cola al ron cubano: la mala e imitativa castellanización del "Christmas" de los americanos, contra la esencia de nuestra lengua. Si será bonito este singular nuestro, que Navidad viene del latino "Nativitas", por la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo. Decir Navidad es como decir Nacimiento, que es como en Sevilla se le ha llamado siempre al belén. Dice el DRAE que la Navidad es el "tiempo inmediato a este día, hasta la festividad de Reyes", y no admite más plural que el que se refiere a la Navidad de más de un año: "Pepe tiene muchas Navidades encima".

Y mi campaña de Navidad en singular, por el mismo precio, incluye también la defensa de las Pascuas. Si quieren ustedes un plural por la ese final del Christmas de Frank Sinatra, ¿cuál más bello que el "Felices Pascuas" de toda la vida? Que es multiusos para todas estas fiestas. El DRAE nos dice que la Pascua es el "tiempo desde la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo hasta el día de Reyes inclusive". Las Pascuas son todas las fiestas religiosas de estos días, y, por asimilación, la celebración civil de Nochevieja y Año Nuevo. Porque como quiera que la Pascua es la "fiesta solemne de la Resurrección del Señor" y también "cualquiera de las solemnidades del nacimiento de Cristo, del reconocimiento y adoración de los Reyes Magos y de la venida del Espíritu Santo sobre el Colegio apostólico", pues resulta que las tenemos a pares y enchampeladas: Pascua de Navidad y Pascua de Reyes. Y a las dos hacemos referencia cuando deseamos, a la antigua usanza, "Felices Pascuas", que son, a saber: feliz Pascua de Navidad y feliz Pascua de Reyes, que era cuando antiguamente se felicitaba al Rey y cuando algunos monárquicos por razones estéticas que vamos por el plan antiguo solemos seguir haciendo, maguer hayan disfrazado el día como Pascua Militar.

No quiero hacer la Pascua, ni militar ni civil, a nadie, pero ahí queda al menos esta siembra de inquietud sobre lo mal que usamos la lengua española y la influencia tan nociva que ejerce, en esto como en tantas cosas, la cultura americana de la que somos colonia. No colonia del frasco que anuncian por televisión y que nos regalan por la Pascua de Reyes, sino colonia del Imperio Americano como antes lo éramos del Imperio Romano. Desde la memoria de ese Imperio donde nació El que un día de abril escoltará la Centuria Romana y será acompañado por su Madre, la Esparanza, llorándolo con cinco lágrimas de plata como cinco mariquillas, deseo a todos Felices Pascuas de Navidad y Reyes, al modo de antañona tarjeta de aguilando del cartero o del barrendero.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Puertas y portadas


 
 Sostengo que esta ciudad es la única del mundo que cada año se inventa al menos media docena de "tradiciones seculares"

En esta puñetera y dual Sevilla hay una suprema contradicción que nunca me he explicado y que necesitaríamos quizás un congreso de Sociología Urbana y otro de Antropología Social para poder saberlo. No creo que en el mundo haya otra ciudad que simultáneamente sea tan tradicional y tan novelera. Tanto, que ha inventado algo único en el globo terráqueo: el estreno dentro de la tradición. Cuando yo era chaval, las cofradías competían por llevar al Salón Colón las más preciadas prendas para la llamada "Exposición de Estrenos" de enseres artísticos procesionales. Por la vanidad, gran motor de Sevilla, de llevar a esa exposición piezas asombrantes fueron desechados pasos históricos o palios centenarios que ahora tenemos que buscar en Jerez o en Cádiz. La misma Semana Santa, fiesta tradicional donde las haya, arranca con este concepto. Dentro de la tradición, el estreno. ¿Qué es, sino eso, el refrán sevillano: "El Domingo de Ramos, el que no estrena, no tiene manos"? Ese día, en esa mañana única de palmas y cintitas de visitas a los templos de donde a la tarde habrán de salir cofradías, Sevilla estrena la novelería de la propia Semana Santa como si nunca la hubiera vivido, que dijo Antonio Núñez Herrera.

Y Sevilla estrena también tradiciones inventadas. Sostengo que esta ciudad es la única del mundo que cada año se inventa al menos media docena de "tradiciones seculares". Me acuso, Padre Hércules, de haber sido colaborador necesario del excelentísimo señor tabernero don Rogelio Gómez Trifón para perpetrar la invención de los "Laudes a la Pura y Limpia", el "Todo el mundo en general" tocado por la Banda del Sol en honor de la Inmaculada en su capillita del Postigo, el día 8, a las 12 de la mañana. El año que Rogelio se invento los Laudes estaba tocando la banda en el Arco del Postigo y, en la bulla, una vecina le preguntaba a otra qué era aquello. A lo que respondió, confundiéndolo con las Lágrimas de San Pedro:

–Esto es una costumbre antiquísima que había aquí en el barrio y que se había olvidado, y que gracias al niño de Trifón la han vuelto a hacer...

¡Qué alegría había en la novelería de una "tradición" más falsa que el título del Marques de las Cabriolas! Veo ahora que se acaba de celebrar otra "tradición" inventada ayer por la mañana: la ceremonia de colocación del primer tubo de la portada de Feria. Portada de Feria que me confirma mi teoría de las novelerías en las tradiciones sevillanas. Si el Domingo de Ramos quien no estrena no tiene manos, en una fiesta más que sesquicentenatria cual la Feria, si el Lunes del Pescao Frito no se inaugura, con el alumbrado, una nueva portada, no hay manos para tocar las palmas por sevillanas. En las fiestas de los pueblos hay que estrenar ropa nueva y en la Feria de este pueblo grande que gracias a Dios sigue siendo Sevilla se debe estrenar la tradicional novelería de una portada nueva cada año. ¿Por qué una portada de Feria nueva cada año, que cuesta además un congo, 461.561 euros la de 2015, o sea, más de 75 millones de pesetas? Nunca me he explicado por qué no dejan la misma portada de un año para otro. Portada que no sé si saben que tiene su origen en el derribo de las puertas y murallas. La portada de la Feria era una puerta del recinto amurallado, la Puerta Nueva, que estaba al final de la calle San Fernando y sale en las pinturas populares de majos. Tras el derribo de esa puerta, como su evocación, se hizo la portada: dos palos de Corpus y unos arcos de luminarias. Que cada vez se fue complicando más, hasta la arquitectura efímera de hoy. En la ciudad tradicional que en su callejero popular sigue conservando la memoria de las puertas derribadas hace siglo y medio, y un amigo te cita en la Puerta Carmona, las portadas de la novelería de las fiestas. No sólo la de Feria. ¿Y las del Corpus? ¿No se podrían poner siempre las mismas, y nos ahorrábamos un dinero en tiempo de crisis? No, padre. Sevilla es así. Parece que Sevilla necesitara una novelería cada año, un estreno, para afirmarse en sus tradiciones. Pues por mí que no quede: alzo mi copa para celebrar el primer tubo de la portada de Feria. Lo hago desde la mismísima Puerta Nueva: en Oriza.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Flores de otoño


 Y está al caer el día en que vuelva a casa y me reciba el olor de la floración de la dama de noche por Todos los Santos. Y los jazmines luneros se volverán locos con la competencia.

Por el teletipo de las jacarandas, Carlos Crivell Reyes, como pregonero de guardia de las inmutables glorias de Sevilla, nos da la noticia. Una noticia de las que de verdad interesan, de las chachi buenas, no de esos bodrios insoportables que ahora mismo, mientras tecleo, estoy escuchando en una radio donde le tienen montado un botafumeiro importante, quizá de peaje, a Susana Díaz. Que, por cierto, cuando la escucho hablar me recuerda tela a Isabel Pantoja. ¿Será que las dos tienen el habla del Tardón? No es la de Triana, no: es el habla del Tardón, entidad local propia. Hay en las palabras de Susana Díaz una como soberbia pantojista, cuando habla de "mí" Junta y de "mí" Sanidad, marcando mucho el acento en el "mí". Y en ese "mí", el adjetivo posesivo se convierte en pronombre personal de una soberbia en Modo Tardón On que no se puede aguantar.

Pero passsso de Susana, porque el pregonero de las glorias nos ha anunciado que junto a la Torre del Oro hay un naranjo hermosamente en flor. Y nos ha mandado la foto de ese naranjo del antiguo Paseo de la Marina. Qué nombre más bonito perdió el callejero de Sevilla por culpa de Colón. Desde la Catedral, al Paseo de la Marina se llegaba por la calle de la Mar y por la calle del Áncora. Ay, aquella Sevilla marinera del muelle que la otra tarde evocábamos en la Casa de ABC con la familia Iturri, que en esa banda del río tuvo el Belén de su emporio de creación de riqueza...

Está el naranjo en flor junto a la Torre del Oro. Viene pidiendo recuadros. ¿Habrá noticia más importante que este hermoso y hondo otoño sevillano, todavía con los días ni cortos ni largos, sino con los veinte muletazos justos de luz tamizada, no primaveralmente cegadora? Y en este otoño, las flores de la estación. Las segundas floraciones. Como una segunda primavera. Como una segunda juventud de la Vieja Dama que tan hermosa estaba cuando la flor del naranjo trasminaba el aire, sonaban tambores y en la gruta de las maravillas de la Alcaicería colgaban las estalactitas de las cartoneras de los machos; que es, con palabra de vestido de torear, como los viejos nazarenos llamaban a los capirotes. Los altos antifaces de negro de la Madrugada sí que se ajustan bien los machos de las cartoneras para hacer el paseíllo de la verdad por el camino más corto.

Está en flor el naranjo de la foto que me manda Crivell Reyes y hasta aquí trasmina. ¿Por qué ha florecido allí, junto a la Torre del Oro? ¿Como protesta por las plataneras que cortaron en la calle Almirante Lobo y que ya, ay, nunca más sacarán sus verdes ramos para saludar a la Virgen de la Victoria cuando vaya camino del Postigo del Carbón? No, el naranjo está en flor como lo están otra vez las jacarandas. En esta secreta floración otoñal, tan discreta. Como unas segundas nupcias con la primavera. Sin la explosión del color. Ahora las jacarandas son más de color túnica de la Quinta Angustia que nunca.

Y está al caer el día en que vuelva a casa y me reciba el olor de la floración de la dama de noche por Todos los Santos. Y los jazmines luneros se volverán locos con la competencia. O mi jazmín del pregón. Cuando me encargaron el pregón, Angelita Molina me regaló un jazmín para que me inspirara. Ese jazmín es tan fiel a su extremosa donante que sólo florece cuando se va acercando el Domingo de Pasión. Después se cierra todo el año. ¿Jazmín lunero? No, jazmín atrilero. Yo ahora tomo este papel de los calentitos de Angela, y por el milagro del pan de Polvillo y de los pescados fritos de la freidura de mi calle de la Mar, lo convierto en jazmín atrilero. Le añado las flores de los naranjos del Paseo de la Marina, y las jacarandas nuevamente florecidas en un Cristina donde aún sigo jugando de niño con Jaime Guardiola, y le sumo la fragancia de la dama de noche. Y se lo ofrezco al poeta pregonero. Porque sabrás, Lutgardo, que Sevilla se pone en flor por estas fechas para que a los pregoneros recién nombrados les sea más fácil en este otoño con humo de puestos de castañas escribir sobre el olor del incienso de Dios en la ciudad.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Vendedores de humo


En esta Sevilla donde todas las fábricas cerraron, no nos quedan más chimeneas industriales que las de los puestos de castañas. La cosa tiene castaña.

Contaban en Madrid que el otoño no empezaba hasta que alguien publicaba en algún diario el tradicional artículo de las castañeras. No cuando humeaban los puestos en las esquinas, no, sino cuando salía el típico y tópico artículo a lo Estébanez Calderón sobre las castañeras. Cómo será el tópico del artículo de las castañeras de Madrid, que hasta un cante nada otoñal como los caracoles hace en verso su columna sobre la castaña: "Porque vendes castañas asás/aguantando la nieve y el frío". (Letra de pregón cantado que dicen los eruditos, los que Felipe Campuzano llama "los flamencólicos", que el cante tomó prestada de la zarzuela titulada "Jeroma la Castaña", estrenada en Madrid en 1843").

Es raro que aquí en Sevilla la rancidez periodística no tenga establecida como obligatoria tradición otoñal el artículo de las castañeras. Que quizá por aquello de la dictadura de la igualdad de género que está arrasando la gramática, aquí son castañeros. Castañeras de Madrid, castañeros de Sevilla. Más o menos como el dicho: "Señores de Sevilla, señoritos de Jerez, gente de Cádiz". O como diría Susana Díaz en un discurso: "Castañeros y castañeras". O sea, la Ciudadanía de la Castaña, que tiene castaña la tontería de decir "ciudadanía" para no caer, dicen los cretinetes que la usan, en el agravio de géneros. Que dllaman género cuando quieren decir sexo y de paso se cargan los géneros gramaticales. Pero ésa es otra.

No es que yo quiera inaugurar el rito del Artículo de los Castañeros con su carrillo de mano, con los marrones frutos serranos extendidos en su batea y con el humo de la complicada tecnología de la olla de asar, blanca como una pared de Arcos de la Frontera. Estos carrillos-batea de los castañeros tienen algo de barco de vapor. Si González Ruano dijo que los coches de caballos, los peseteros de alquiler, eran las góndolas del asfalto, los puestos de castañas son los vapores que navegan por el río de las esquinas: "Castañero, que se va el vapor", podía ser otro cante agaditanado así como por caracoles, que a poco que se propusiera hacerlo Miguel Poveda, lo bordaría.

¿Por qué todos los puestos de castañas son iguales? ¿De dónde salen los puestos de castañas? ¿Es un mayorista que les da la mercancía y el vehículo a los vendedores, como la mafia que dicen que hay detrás de los negros que venden clínes en los semáforos? Primos hermanos de los vendedores de incienso, los castañeros forman unos jumeríos tela importantes en La Campana, en la Puerta Jerez, en la Encarnación o en los barrios. Da gloria verlos. En esta Sevilla donde todas las fábricas cerraron, no nos quedan más chimeneas industriales que las de los puestos de castañas. La cosa tiene castaña. Tanto humo echan los puestos de castañas, que hay riesgo que a sus honrados asadores los confundan con otro oficio que sí que es sevillanísimo: el vendedor de humo. Los castañeros son como los vendedores de humo, pero con un carrillo de mano de verdad y castañas de verdad, que he quincado que no son de Galaroza como en el cante, sino gallegas, y que vienen en bolsas de malla como los caracoles del moro o los mejillones.

El vendedor de humo sevillano sí que tiene su artículo de la castañera cada día en el periódico. Qué predicamento tienen, hijo. Un día llega un vendedor de humo y te vende a Sevilla como Ciudad de la Aeronáutica. Otro día otro te vende a Sevilla como Ciudad de la Ópera. O como Ciudad del Cine. O cono Ciudad Universitaria. O como Ciudad de Cruceros. Siempre como Ciudad del Camelo. Tantos camelos, que estoy deseando que llegue un vendedor de humo que nos quiera vender a Sevilla como la Ciudad de Sevilla, no la de Esto o de lo Otro.

A lo mejor el tío de las castañas, con su humo, es el que la vende así, a Sevilla como Ciudad de Sevilla. Pero el pobre, como el coronel del otro, no tiene quien le escriba el tradicional artículo amadrileñado de las castañeras.

viernes, 16 de octubre de 2015

Me ha tocado el cupón


  
Por eso, señores, yo he visto la foto de la Virgen de las Angustias con mantilla blanca y me ha tocado el cupón. El Cuponazo de Canela y Clavo

Esto es lo más grande del mundo. Con el ABC dan a veces muchos regalos con cupón y cartilla, ¿no?: que si un juego de sartenes, que si un tendedero eléctrico... Bueno, pues ayer, sólo leyendo el ABC y viendo las fotos de la información local, me tocó el cupón de los ciegos. Sin tener que ir al vendedor de la ONCE de Alcampo para comprarlo. Y me tocó con un número la mar de raro: el 00.000. Y además, y es lo más sorprendente, de un sorteo que aún no ha celebrado, el del 29 de octubre.

¿Que cómo es esto tan raro de que me tocara un cupón que no había comprado y de un sorteo que aún no se ha celebrado? Porque el cupón de los ciegos del día 29 toca nada más verlo. Trae la histórica foto de la Virgen de las Angustias con mantilla blanca. Ver en el cupón esa memoria de la Hermandad de los Gitanos que es la foto de la Virgen con mantilla blanca, guapísima, de Divina Calé, ¿no es acaso que le toque a uno el cuponazo del arte, el Cuponazo de Canela y Clavo?

Al ver esa foto del perfil de la Virgen se me ha hecho vivo todo un tiempo ido de la hermandad. He vuelto a ver al mayordomo de Los Gitanos, a Joselito Lérida y Vargas, entrar en la sastrería de mi alfayate para colocarle unos cuantos tacos de Lotería de Navidad. Que también tocaba con sólo ver la foto del Señor de la Salud. En aquel tiempo sin saturaciones, las cofradías estaban encarnadas en Sevilla por el hermano que entregaba toda su vida a ellas. San Roque era Ribera el carpintero, y el Cristo de Burgos era Eulogio Castañeda, y El Baratillo era don Otto Moeckel, y sigan poniendo nombres... Como también le pongo ahora a la Hermandad de los Gitanos el nombre de Manolo Carreras, el de Casa Carreras de la calle Feria, que pagó el paso del Cristo de la Salud a aquella hermandad que cuando pasaba por la Avenida en el amanecer del Viernes Santo, cuando ya toda la vencejería de la Puerta de la Asunción había quebrado albores, viéndola desde el balcón de la esquina de la calle Bayona me decía mi madre:

– Mira lo pobrecitos que van Los Gitanos, todo lo llevan prestado...

Los rojos habían quemado San Román y era voz común que había una especie de solidaridad entre las hermandades de penitencia para prestar a Los Gitanos los enseres procesionales que les faltaban. Pobres, pero riquísimos en arte y en corazón. Alguien siempre, cuando pasaba el Cristo de la Salud, mirando la música que llevaba tras el paso, volvía a escribir el romance de García Lorca:

– Estas cosas nada más que pasan en Sevilla. Con Los Gitanos viene la banda de la Guardia Civil. ¡Qué arte!

Arte de canela y clavo, como cuando, no se si fue así, pero me contaron que a Joselito Lérida se le ocurrió que Haretón le hiciera a la Virgen de las Angustias esta entonces polémica foto de Bellezón con mantilla blanca, de perfil, de Divina Gitana de San Román, tan guapa. Y en tiempos del Cardenal Segura, que tenía mucho más mérito.

Luego la Hermandad de los Gitanos creció, engrandecida por sus hermanos y devotos, dejó San Román y se estableció en la antigua capilla de las niñas del Valle, donde he tenido la dicha de asistir recientemente a algún culto solemne y he podido admirarme al comprobar que aquello es como un Vaticano Calé, qué riqueza de liturgia, qué delectación en los ritos, qué paladar. Yo he visto allí entrar la cofradía. Yo he visto las lágrimas gitanas de Antonio Lorente al mirar a esta Virgen de la mantilla blanca con su manto ducal. Y he escuchado la voz del capataz Alberto Gallardo, el poeta del martillo, con ese corazón para tres cuerpos que emociona a tres cuerpos de nazarenos de su cofradía. Y esa misma voz de Alberto Gallardo es la que he vuelto a escuchar al ver la foto de la Virgen de los Gitanos, coronada ya entonces por el rito calé con su mantilla blanca de pureza. La foto que entonces hizo llorar a todos los hermanos que ya están en el cielo de los calés con el Señor de la Salud. Por eso, señores, yo he visto la foto de la Virgen de las Angustias con mantilla blanca y me ha tocado el cupón. El Cuponazo de Canela y Clavo.

jueves, 1 de octubre de 2015

Humanidad de Sevilla




 ¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el olor del incienso en Semana Santa?

Como lo "Andalucía por sí, para España y la Humanidad, pero de aquí: "Para Sevilla y la Humanidad". Por la parte del Patrimonio de la Humanidad concretamente. Asunto que comenté a propósito de la declaración que piden para las ruinas de Itálica y que me dio pie a pedir tal designación para el patrimonio material e inmaterial del alma y la esencia de Sevilla, a través de nuestras cosas más clásicas, las que los imbéciles, progres y asimilados han dado en llamar "rancias", cuando ellos sí que son rancios con ideas tan antiguas como las de Marx, Lenin...o Le Corbusier.

A propósito de aquella petición mía de la declaración como Patrimonio de la Humanidad del adobo de Blanco Cerrillo y del tinto de Casa Morales, que son dos auténticos monumentos de sevillanía interior, algunos lectores me han escrito con otras propuestas. Es un reconfortante "A mí la legión" lo de los seguidores de esta sección, que surge cuando pongo palabras sevillanas en trance de pérdida que conviene rescatar, o cuando toco el alma de la ciudad con estas cosas nuestras, que son de las que de verdad me gusta escribir: lo de la política me aburre hasta a mí, "contrimás" a ustedes... Así que sigamos con la Unesco nuestra de cada día, a la vista de esto que los cúrsiles llaman "interactuar", que es que los lectores te escriban y te propongan cosas...

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad las mariquillas de la Esperanza Macarena?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el pasodoble "La Giralda" que López Juarranz compuso en 1889?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el puente de Triana?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad la Casa de Pilatos?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad los Hércules de la Alameda?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el capotito de Curro Romero?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el cartucho de pescao de Pepe Luis Vázquez?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad los capirotes colgados en la Alcaicería de la Loza en cuantito llega la Cuaresma?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad las croquetas de Casa Ricardo, antigua de Ovidio?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad la túnica de La Carretería?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad la centenaria Papelería Ferrer de la calle Sierpes?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad la sombrerería Maquedano de la misma calle?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad los pregones de las loteras con los décimos de Sagasta, la de los millones?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el patio de Los Venerables?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad los Valdés Leal de La Caridad?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad la Joyería Reyes?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el medieval olor a especias de la calle de la Venera, vulgo José Gestoso?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el olor del incienso en Semana Santa?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad la Noche del Pescao Frito en la víspera de la Feria?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad las mantillas del Jueves Santo?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad la cucaña de la Velá de Santa Ana?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el muñidor de La Mortaja (patillas incluidas)?

¿A qué espera la Unesco para declarar Patrimonio de la Humanidad el Glorioso Real Betis Balompié, y que se mueran los feos?

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Los del San Francisco de Paula


Ay, la excelencia, en esta ciudad de las chapuzas y del vámonos que nos vamos y del déjelo usted, que así mismo está bien.
Estos del San Francisco de Paula a los que quiero dedicar hoy el artículo no son sólo los niños que ahora estudian en el viejo colegio de la calle Sor Ángela de la Cruz, los que hasta aprenden chino y siguen siendo los que cuando acaba cada curso vienen en esa tradicional página del anuncio en ABC, una larga relación con los nombres de los chavales listísimos que han sacado la máxima nota en la Selectividad y han ganado media docena de premios extraordinarios de Bachillerato.

Los niños del San Francisco de Paula a los que quiero dedicar el artículo son los de ahora y, sobre todo, aquellos de entonces, los de una Sevilla donde más o menos según el pelaje social y su capacidad académica se sabía de qué colegio era cada chaval. Una Sevilla donde podías distinguir a los niños de los Jesuitas de los niños de los Maristas; y a los niños de los Escolapios de los niños del Claret; y a los niños del Instituto San Isidoro de los niños de la Escuela Francesa. Y sobre todo podías distinguir a los niños del San Francisco de Paula. Por algo muy sencillo: porque académicamente llegaban a la Reválida, al examen de Preu, al COU o a la Selectividad siete mil millones de veces mejor preparados que los demás.

Son los presentes días de tristeza para estos viejos niños del San Francisco de Paula. Se les ha muerto el que fue su director durante más de veinte años e impulsor de la institución, don Luis Rey Romero. No conocí a don Luis, y bien que lo siento, porque era de los sevillanos que se merecen un gorigori literario. Que, en parte, son las presentes líneas. El mejor elogio que en la hora funeral puedo hacer de don Luis Rey son sus alumnos, el recuerdo que ahora tenemos de aquellos niños listísimos que traducían latín sin diccionario como nadie y que manejaban la regla de cálculo mejor que otros las bolas o el trompo. Don Luis formó a sus alumnos del San Francisco de Paula en el respeto y en el trabajo. En aquel viejo caserón de la feligresía de San Pedro les mostró la excelencia humana y académica como meta de la vida.

Ay, la excelencia, en esta ciudad de las chapuzas y del vámonos que nos vamos y del déjelo usted, que así mismo está bien. Por el culto a la excelencia, a través de los que fueron alumnos del San Francisco de Paula, yo he conocido a don Luis Rey y siento haberme perdido a un sevillano ejemplar. Que continuó con la tradición docente de su familia, iniciada en 1886, y que mantuvo el colegio en la misma sede del centro, cuando tantos y tantos centros religiosos pegaban los pelotazos del siglo, vendían la casa del centro y se iban sabe Dios dónde. En honor de don Luis Rey digo ahora que el viejo San Francisco de Paula permanece en pie como un símbolo, y no ha sido derribado como demolido fue el Villasís de los Jesuitas, como el colegio San Fernando de los Maristas, como la vieja casa del duque de Osuna donde los Escolapios tenían el colegio, como Las Irlandesas de la calle Palma, el Santo Ángel de la calle San José o El Valle de la Ronda.

Don Luis Rey mantuvo al San Francisco de Paula en su sitio exacto del recuerdo, en torno a aquel patio de la fuente donde aprendieron a ser hombres y se educaron en la excelencia tantas promociones de sevillanos. En el fin de curso de la vida de don Luis Rey, yo pongo ahora esa tradicional página de publicidad en ABC que nos anunciaba lo listos que eran los niños del San Francisco de Paula, y escribo en ella los nombres de los alumnos que con el ejemplo de sus vidas nos han hablado de la grandeza de su maestro: José Antonio Infante Florido, Francisco Márquez Villanueva, José María Luzón, Manuel Losada Villasante, Mariano Peñalver Simó, Juan Antonio Yáñez Barnuevo, Guillermo Paneque Guerrero, Manuel del Valle Arévalo, José Antonio Marín Rite, Santiago del Campo, Rogelio Gómez Trifón...

lunes, 7 de septiembre de 2015

Nocturno del tranvía


En estas noches de calor os echo de menos, viejos tranvías, amarillos tranvías de Sevilla, que fuisteis en una pieza la Marbella y la Matalascañas de nuestra infancia... ¿Cuántas horas de fresco no pasamos paseando de noche en el tranvía, echando fuera la calor de Sevilla en el tranvía? Tranvías nocturnos de una Sevilla con pianillos, con coches de caballos, con chaquetas blancas, con zapatos blancos y marrones, con puestos de higos chumbos, con cines de verano en los barrios.

La casa estaba, desde el atardecer, con los balcones abiertos. Las puertas de los cuartos estaban abiertas con la ciencia infusa y exacta que producía la corriente de aire necesaria en el comedor, la conveniente en el cuarto de la cama de matrimonio... Los esterones de la fachada de más calor, las persianas de los balcones de la más umbría, estaban recogidos. Ya se habían acallado los vencejos, desprendían toda la calor del día las piedras de la Catedral. Enrique Vila ya había dado la crónica de la corrida de San Fermín, quizá con aquella cornada tan grave de Rafael Ortega. Y era que todavía no había llegado el día de la Virgen del Carmen y todavía no nos podíamos ir a Rota a tomar los baños:
 
—¿Por qué no te llevas a los niños a dar una vueltecita en el tranvía para que tomen el fresco?

Y allá que íbamos, apanarrados de la calor, a tomar el fresco en el tranvía. Con mucha suerte conseguíamos que nos dieran una horchata en Fillol o un helado al corte; naturalmente un helado al corte para cada dos de nosotros, que los cortaban en un triángulo que mermaba nuestra avaricia con aquel cuchillo romo, siempre chorreando de levantinos olores de tutifrutis y turrón...

El tranvía paraba en el Coliseo España o paraba en la Lonja, o paraba en Casa Guardiola. Igual que ahora el mundo se te abre en el verano en el folleto de Mundicolor, antes la única aventura para nuestras pobres infancias de trajes vueltos era la variedad de las tablillas de los tranvías que podíamos coger para tomar el fresco. La tablilla blanca, cruzada en aspa, del tranvía de los Hotelitos del Guadalquivir. La tablilla roja con letras blancas del tranvía de la vuelta a la redonda, que entraba por la Correduría y que salía por San Julián, pasando siempre, uy, que parecía que no pasaba, junto a la esquina ladrillada de la iglesia de San Hermenegildo. La tablilla blanca con las letras rojas del otro tranvía de la redonda, el 2, el que daba la vuelta al revés y que paraba delante de la Casa Realito. O la tablilla verde y marrón del tranvía del Cerro. O la tablilla blanca con letras negras del 3, el de Eritaña.

El más fresco era el de los Hotelitos del Guadalquivir. Se cogía en el Banco de España. Pasaba por Hernando Colón, por el Triunfo, el Coliseo... En el Foso empezaba el fresquito, ya empezaban a agitarse las lonas color albero de las cortinillas. Sonaba el tren siempre que se llegaba al paso a nivel del río. Después se metía por detrás del Instituto Murillo, como por una selva. Y aquello era ya el delirio. El tranvía sonaba entonces como un tren, y todos nos hacíamos la ilusión de que ya había llegado el día de la Virgen del Carmen y que ya íbamos para los baños. Seguía hacia el Pabellón Vasco, o hacia Automovilismo, donde nos quedábamos ya dormidos, entre el traqueteo y el fresco de la noche de Sevilla, abierta al río, donde sonaban las lentas, largas, tristes sirenas de los barcos que levaban anclas aprovechando la marea alta y pedían puente en la Corta...

¿Qué hora era cuando despertábamos en el tranvía? Las bombillas de bayoneta nos parecían, con nuestro sueño, más pálidas que nunca. Nos cogían en brazos para bajarnos del tranvía. Como siempre que esperamos un gran gozo, el sueño nos había vencido en el disfrute de la vuelta del tranvía... El tranvía era nuestra cuna de sueños e ilusiones en estas noches de julio en que, como todavía no era la Virgen del Carmen, aún no podíamos ir a tomar los baños...

jueves, 16 de julio de 2015

El espejo del río




En estos días señaladitos de los cuatro puntales finos que sostienen a Triana, Sevilla mira al río. El río de la cucaña. Como lo Joselito sobre la plaza de toros del Puerto: el que no haya visto a los chavales pegar el resbalón por el ensebado palo de la cucaña al atardecer y no haya comido a la noche las avellanas verdes, no sabe lo que es Triana. Avellanas verdes. Como en el piropo de Lope de Vega al Guadalquivir, es un palimpsesto escrito en el palo de la cucaña: "Ay, río de Sevilla/qué bien pareces/cuando vende Triana/avellanas verdes".

Triana se mira en el río. Y escribe en los ojos del puente, con barro de los alfares, a lo profano, lo que a lo divino en plata dice el baldaquino de la Virgen de los Reyes: "Por mí Sevilla es Sevilla". Frente a la tierra cortijera, el agua del río de los vapores y del muelle. Frente a una nobleza terrateniente de casas blasonadas, el triunfo de la burguesía comercial e industrial. A Triana, que es tan Cádiz, le pasa como la Cuna de la Libertad: no tiene casas blasonadas. Triana hizo la revolución industrial que le faltó a Sevilla. Fue como el polígono industrial de la ciudad agraria.

Y como Sevilla misma en el poema andaluz de Manuel Machado "...y las cofradías de Triana". A lo mejor se ha dicho ya muchas veces lo que he pensado mientras tiraba los huesos de pollo por el balcón, para que se vea que no farta de ná. Pero siguiendo las divinas enseñanzas de los cantes del Zurraque nos atrevemos a decir que las cofradías de Triana son como las de Sevilla reflejadas y duplicadas en el espejo del río. O viceversa. ¿No se han fijado que Triana repite a su aire, a su aire marinero, las mismas advocaciones de las cofradías de Sevilla? Como aún por el puente Triana no había pasado la Reina y La O no había cruzado todavía la puente de barcas, es como si el Arrabal quisiera sacar por sus calles los mismos misterios que en la otra orilla. Verán qué pamplina más gorda voy a decir...

Sevilla tiene su Nazareno. El de los primitivos nazarenos de Sevilla. El que impone su divino Silencio en la Madrugada. Cuando ya ha amanecido, y los vencejos del Museo le han quitado las espinas y se han llevado la bicha de la corona del Señor, Triana, a la tarde, saca a su Nazareno. Y es tan del barrio el Nazareno Según Triana que la gente hasta lo conoce por su mote. Es El Jorobadito de Triana. Suena a cantaor. Porque el Nazareno le da a Triana el cante de la Redención y la calle Castilla se queda con el cante.

Y si por la Costanilla de Sevilla hay un Señor en sus Tres Caídas ese mismo Viernes por la tarde, por el puente vinieron ya de Madrugada las Tres Caídas del Señor de Triana, El que torea con caballos en el ruedo de la Pasión. Y por ese mismo puente, como certificando la muerte de Cristo según Triana, siempre Viernes por la tarde, qué tarde más trianera, se produce la Expiración. La misma Expiración del Museo se contempla ahora en el museo de la belleza del atardecer sobre el puente. Y también los trianeros le pusieron un mote del barrio al Cristo Expirante: Cachorro mío...

Y si los señores de San Vicente, Don Vicente, Vicente y Vicentillo sacan sus Señor de las Penas con música de Pantión, Triana echa el izquierdo por delante para trianear con su propio Señor de las Penas, El que "hasta sentao/anda sobrao de compás". En Triana, habrán ido viendo, no hay cofradías de negro. No hay más negro que el humo de las chimeneas de los vapores del muelle. Triana es de color. Triana sí que tiene un color especial, Romero Sanjuán: carmesí de La O, azul Estrella. Y el verde de la Esperanza. Un verde distinto al macareno, siendo el de la misma Esperanza en la misma Madre de Dios. Un verde más intenso. Verde de las juncias verdes del verso de Lope de Vega sobre este río que le presta su color a los nazarenos de la Esperanza. La Virgen de la Esperanza se miró en el río de Sevilla y estaba tan guapa que necesitó dos espejos: uno junto al Arco de la Macarena, otro en la capilla de los Marineros que pusieron el río para que la dual Sevilla tuviera dos Nazarenos, dos Penas, dos Tres Caídas, dos Expiraciones, dos Esperanzas.

jueves, 2 de julio de 2015

Vuelve el sombrero




No sé si me lo parece o si es realmente así: ¿usted no cree que en Sevilla cada vez se va a más gente por la calle con sombrero? Señores especialmente. E incluso canis. Con ese sombrerito completamente cani que ellos llaman "borsalino", pero que no tiene absolutamente nada que ver con los verdaderos borsalinos, que eran los sombreros italianos de esta marca, de fieltro y anchas alas, que usaban los gánsteres de Chicago. Un gánster sin borsalino, sin traje de raya diplomática y sin metralleta ni es gánster ni es ná: eso es todo lo más un componente de la chirigota "Los Peperonis" de Manolo Santander, la que sacó el memorable pasodoble "Me han dicho que el amarillo", ya himno oficioso del Cádiz C.F. El que llevan los canis no es borsalino ni Maquedano que lo fundó; pero, bueno, a efectos de la tesis de este artículo, que es el retorno del sombrerismo, no vea usted el avío que nos ha dado hasta el final de este primer párrafo. Punto y aparte, pues.

Usted habrá visto como ilustración en muchos libros de Historia Contemporánea el anuncio de una sombrerería de Madrid al terminar la guerra: "Los rojos no usaban sombrero". Lo que son las cosas. Ahora son los rojos los que lo usan. O al menos la chavalería votante de Podemos, si a eso se le puede llamar rojerío, que tampoco sé. El sombrero era antes cosa de persona mayor conservadora, pero ahora lo llevan los muy jóvenes y muy progres y antisistema. Sombreros como los falsos borsalinos ya descritos o el jipijapa de toda la vida, al que llaman "panamá". Que por cierto sólo tiene de Panamá el nombre. Los buenos, los verdaderos, los que se enrollan y caben en el bolsillo, están hechos en Ecuador. Pero como el presidente Wilson se puso un auténtico jipijapa ecuatoriano para inaugurar el Canal del Panamá, donde hacía un solazo del carajo, pues los americanos le lalmaron "sombrero de Panamá" al jipijapa y panamá se le quedó.

¿Por qué vuelve el sombrerismo? Pues yo creo que por razones médicas. Los dermatólogos están haciendo por el sombrerismo más que Maquedano, García y Padilla Crespo juntos. Usar sombrero en verano en Sevilla, en esta ciudad que Monteseirín desarboló y dejó sin sombras en la Avenida, es la mejor forma de luchar contra el cáncer de piel. No sé si será por el puñetero agujero de ozono, por el efecto invernadero o por las castas todas de la contaminación, pero el sol cada vez quema más en Sevilla. Tela. Se lo leí en ABC al dermatólogo don Julián Sánchez Conejo-Mir: el sol en Sevilla quema igual que en la playa en Chipiona. Siento disentir del sabio doctor de tan ilustre apellido dermatológico: lo mismo que en Chipiona, no; en Sevilla el sol quema bastante más, porque en Chipiona para ir a Las Tres Piedras te embadurnas de crema protectora del 50 o de pantalla total, y aquí sales a pelo, y vuelves a casa con la frente como un langostino de los que se comía Torrijos con cargo a los presupuestos. Sabio consejo el de usar sombrero en Sevilla en el verano de "este sol padre y tirano" de José Andrés Vázquez.

Y lo mismo que los oculistas recomiendan que no se usen gafas de sol de las que venden en las tiendas de los chinos, que se compren homologadas en las ópticas, porque las otras son fatales para los ojos, así yo también recomiendo que se compren los sombreros contra el solazo de Sevilla en los establecimientos de garantía, y no en las tiendas de los chinos, que los panamás que venden a cuatro euros ni te preservan del sol ni nada, y nada digo de los borsalinos que los canis se echan hacia atrás, hacia la coronilla. Vayan a Maquedano en la calle Sierpes, o a García en la Alcaicería, o a Padilla Crespo en la calle Adriano y cómprense un jipijapa como Dios manda. Como los que se han usado en Sevilla toda la vida de Dios. Como el de Juan Belmonte y como el que gasta desde hace muchos veranos mi dilecto compañero de Academia don José Antonio Gómez Marín. Y, por favor, un jipijapa de alas anchas, no esos sombreritos como de Nat King Cole de ridículas alas estrechitas que se gastan los canis y que no sé por qué demonios llaman borsalinos.

jueves, 18 de junio de 2015

La flor de la tipuana




Paseaba la otra mañana por uno de estos nuevos parques de Sevilla que apenas se conocen. Por el Parque Celestino Mutis, que está, para que se orienten extramuros, entre Las Tres Mil y Alcampo. Y de pronto vi todo el suelo de albero alfombrado de flores amarillas que el vientecillo fresco hacía caer de los árboles. Nunca me había fijado en estos árboles de las amarillas flores, a pesar de que me acuso, padre Hércules, de haberle dado prestigio literario a las jacarandas frente a la intoxicación lírica colectiva de azahar cuando apunta la primavera. ¿No hay intoxicaciones etílicas? Pues también hay intoxicaciones líricas. Si hubiera un aparato de medir lirismo como el de la alcoholemia de la Guardia Civil y les hiciéramos soplar a los sevillanos tela de clásicos cuando cuelgan capirotes en la Alcaicería y abren las flores de los naranjos, darían índices altísimos de intoxicación lírica.

Así que paseando por el Parque Celestino Mutis vi la maravilla del suelo alfombrado de flores amarillas, como para la Majestad en Público de un pueblo. Y como confieso que de Botánica sólo me sé las cuatro reglas sevillanas, no supe de qué árbol eran. Y como vi que estaban allí dos jardineros arreglando arriates, fui y le pregunté a uno de ellos:

–Usted perdone, ¿cómo se llaman esos árboles de los que caen estas flores amarillas?

– Jacarandas --me dijo.

A lo que el otro que estaba a su lado y que parecía su jefe, le rectificó inmediatamente:

– Que no, chiquillo, que las jacarandas son azules y ya han echado la flor.

Y dirigiéndose a mí, me precisó, con el amor por las flores del jardinero de Triana en el Juan Ramón Jiménez de "El trabajo gustoso":

– No, mire usted, éste no sabe: estos árboles son Tipuanas, aunque los llaman también Palo Rosa.

Le di las gracias y se quedó riñiéndole al otro:

– ¡Cuidado que confundir las tipuanas con las jacarandas!

Pensé entonces que la tipuana no tiene quien le escriba. Que en esta ciudad de los versos al azahar y de las prosas a la jacaranda nadie hasta ahora le había dedicado ni un mal párrafo a la tipuana, que nos viste Sevilla de amarillo para despedir a la primavera, para anunciar Las Lágrimas de San Pedro y confirmarnos que el verano de noches de balcones abiertos y platito de jazmines en la mesilla ya está aquí... Hasta que ayer leí aquí en ABC el hermosísimo articulo de Javier Rubio, que había quizá pensado lo mismo que yo y a la misma hora, por lo que me pisó este recuadro, que tenía pensado plumear desde que os vi, olvidadas tipuanas del Parque Celestino Mutis.

Dice Javier Rubio que es la tercera nevada de la primavera, tras la nevada blanca del azahar y la nevada azulenca de la jacaranda. ¿Estás seguro, Javier? Yo creo que es más bien lluvia. Una lluvia de oro. Mira, Javier, si hubieras visto la otra tarde, yendo para un "Rigoletto" que se ofrecía en memoria de Ángel Casal, cómo el fuerte viento hacía caer chubascos intermitentes de amarillas flores de tipuana frente a la Torre del Oro. Un chaparrón de amarillas flores de tipuana. Parecía que la primavera le había arrancado escamas de oro al cupulín de dorados azulejos de la torre y las mandaba como lluvia o como un maná de belleza. Todo el Paseo Colón alfombrado de amarillo, con flores racheadas por el viento en oleajes del atardecer. Parecía una petalada de barrio en honor de una Virgen. De la plata del azahar y el topacio de la jacaranda al oro de la flor de la tipuana, que parece un título de María Dolores Pradera, una canción tan delicada como ella. La tipuana, Javier Rubio, ya tiene quien le escriba. Tú has sido como el notario que has dado fe pública de que la primavera le ha dicho adiós a la ciudad definitivamente. Con la amarilla flor de la tipuana. Que es un endecasílabo.

martes, 2 de junio de 2015

Salvar al magnolio de la Catedral


Como en el Desembarco de Normandía, cuyo cabo de año celebramos, Steven Spileberg se empeñó en "Salvar al Soldado Ryan", así quiero hoy contarles una película que ojalá no tenga final triste: "Salvar al Magnolio de la Catedral". Verán ustedes. Estamos en la parte más honda y lírica de la primavera de Sevilla, que para algunos no es la de los naranjos en flor y los poetastros desparramando versos malos sobre la Semana Santa. En esta parte de la primavera no hay más cofradías que las mesas de cocina convertidas por los niños en ilusiones en forma de cruces de mayo. Es tiempo de carretas por ambas orillas camino del Rocío. Esta parte de la honda y verdadera primavera de Sevilla es la del Pentecostès florido. Cuando ya ha florecido la jacaranda y la buganvilla. Cuando la tipuana está en flor, escoltando al río a lo largo del Paseo Colón y alfombrando con sus petaladas amarillas las procesiones de gloria o a Su Divina Majestad bajo el palio sacramental de un cumplimiento pascual de cera roja, carráncanos y chaqués. Y es ahora cuando florecen los magnolios. Los magnolios son los seises de estos árboles florales de Sevilla. Ofrecen la blancura eucarística de sus flores como de Custodia y Tantum Ergo cuando saben que van a bailar los seises y por la puerta de San Miguel va a salir la Custodia de Arfe el de la calle Arfe, que como El Pali y Ángela la Calentera también era del Postigo.

Los cernudianos saben que el magnolio es su árbol y la magnolia su flor. Un mármol recuerda al salir del recodo del revellín del callejón de la Judería, en la tapia de la casa de los Condes de Luna, dónde asomaba su belleza aquel inmortal magnolio de "Ocnos", que aún florece en las páginas de la mejor declaración de amor a Sevilla, del mejor largo poema en prosa de toda la literatura española del siglo XX. Hay avenidas que son un homenaje al magnolio, como la de Rodríguez Caso en el Parque, con los monumentales ejemplares que van desde los Marineros Voluntarios a la Plaza de España. En la Casa de Pilatos está el magnolio más alto y más antiguo de Sevilla, buscando el cielo y buscando la luz...

...Y hay un solitario magnolio que es como un homenaje a Cernuda, y del que he escrito muchas veces. Le oí al ya citado Pali llamarlo "el magnolio del Alfolí". El Alfolí era como los antiguos del barrio llamaban a lo que ahora es Correos, entre la Avenida, Almirantazgo y Tomás de Ibarra. Allí, junto al Postigo, estaba el Alfolí de la Sal, el estanco de las rentas de la sal. Y en recuerdo del Alfolí de la esquina opuesta así llamaba Palacios a este magnolio solitario de la esquina de la Catedral con la Casa Lonja y Correos. No crean que es tan antiguo. Yo lo he visto crecer. Vi cómo una vez colocaron bajo sus ramas la estatua del Martínez Montañés, que quitaron del Salvador...¡para que pudieran aparcar más coches! Y la colla flamenca del Gran Simón, El Gringo, Manolito Rubio y Gutiérrez cantaban en el tablao de La Cochera una letrilla con música chirigotera del salamalecún de Paco Alba: "A Martínez Montañés/del Salvador lo han quitao/y frente a los meaeros/que hay en Correos/ lo han colocado".

Se llevaron a Martínez Montañés de vuelta al Salvador y quisieron poner allí el bronce de Juan Pablo II. Y el magnolio siguió en su esquina. Pero este año, ay, apenas está dando flores. El magnolio de la Catedral está enfermo, espelechando como un perro callejero sarnoso. Sus hojas han perdido el brillo y las ramas su poderío. Se le ve seco. Apenas ha dado magnolias. ¿Quién riega el magnolio? ¿Lo riegan acaso? ¿Está enfermo este magnolio monumental o es que la indolencia municipal de la ciudad arboricida lo ha dejado secar? Se libró de la tala de árboles que Monteseirín hizo en la Avenida para su dichoso tranvía, pero no del abandono y el olvido. Yo creo que ni las dos flamencas que bailan para los turistas bajo su sombra se han enterado de que hay que salvar al magnolio de la Catedral. ¿El concejal de Parques y Jardines dice usted? Ese, menos todavía, ¿usted no ve cómo tiene al pobre magnolio? Yo creo que ese señor ni sabe qué significan los magnolios en la Sevilla del ruiseñor sobre la piedra del atardecer en la Catedral de Luis Cernuda.

jueves, 14 de mayo de 2015

Cruces de mayo




Han pasado las Fiestas de la Cruz del querido Viso del Alcor de mis raíces, va a llegar el día de San Fernando, y aún no los he visto este año por el barrio. Qué raro. A la hora de la salida de los colegios escuchaba un tambor, un solo tambor, muy destemplado. Ese tambor resonaba por los balcones de geranios y por las tapias tomadas al asalto por las buganvillas. Conocía su sonido, y salía a verlos. Eran unos chavales de la calle que sacaban su cruz de mayo. No llegaban nunca a la docena. Los dos costaleros, el capataz, la niña que da charlita al capataz y un cuerpo de nazarenos numerosísimo: cuatro parejas de chavales aprendiendo su suprema lección de sevillanidad.

Si me gustaba esta cruz de mayo era porque me recordaba la que yo sacaba en la calle Bayona con Pepito Redondo, el nieto del librero don Pascual Lázaro, heredero de las históricas prensas de Sobrinos de Izquierdo, el sello editorial que tenía los derechos de autor de Muñoz y Pabón. Por la cruz de mayo de los chavales del barrio no había pasado el tiempo. Una mesa de cocina haciendo de paso, un cobertor como faldones... Las parihuelas buenas para las cruces de mayo son las mesas de la cocina; si lo sabré yo, que no vean cómo la llevábamos Pepito Redondo y yo de costaleros por nuestra calle adelante, para pasar el Arquillo de los Resbalones y salir a la calle Arfe como quien atraviesa el mismísimo Arco de la Macarena... Sobre la mesa de la cocina los chavales del barrio habían puesto una cruz muy malamente hecha con dos listones, y los jirones de un paño de limpieza a modo de sudario. Y el que hacía de Ramitos había puesto las flores, los geranios arrancados de las macetas del balcón, como quien pincha sobre la morcilla de esparto los claveles encañaos. Y detrás, el tambor. El solitario y descompasado tambor. El nuestro era de lata, y lo tocaba un niño que vivía en la calle Cristóbal de Castillejo, frente a Casa Morales. El nuestro no era ni tambor. Era una lata de bonito del Consorcio Almadrabero y las baquetas, dos palitos de los zapatos procedentes de la tienda de mi madre. Este año no he escuchado este tambor de pellejo destemplado que a mí me recordaba nuestro viejo tambor de hojalata de la tienda de ultramarinos de Luis Fernández Palacios el de La Andaluza, en la esquina de Jimios. Este año mi nostalgia se queda ahora entre estas líneas, cuando evoco una Sevilla verdadera de cruces de mayo de los chiquillos. "Cruz de mayo que en mi patio levanté", decía la letra que el luego exiliado Salvador Valverde escribió para el repeluco del pasodoble de Font de Anta, pura tristeza de Sevilla, amores que se fueron en el tiempo que nadie pudo detener.

Y aunque no he escuchado ese tambor, ni he visto a los dos niños costaleros debajo de la mesa de la cocina, llego a la Avenida y escucho lejanos tambores y cornetas. Viene lo que dicen que es una cruz de mayo. ¿Una cruz de mayo? Pero si traen hasta cruz de guía, y senatus, y bacalao, y ¿que es lo que estoy viendo? ¿Ciriales? Sí, ciriales. Y acólitos... ¡con dalmáticas! Y el paso tiene hasta canastilla de madera labrada, pintada color caoba. Y las velas de los faroles de esquina son de verdad, porque yo creo que traen hasta un Santizo para encenderlas. Y todo es como remedo cursi y "sensible" de una cofradía. ¿Niños jugando a las cruces de mayo o zagalones y mayores jugando a los pasitos a costa de los niños sevillanos de las cruces de mayo de siempre? Ay, esta Sevilla que todo lo está sacando de quicio... Hasta la candidez infantil de las cruces de mayo. Me dicen que esta pomposa cruz de mayo que viene, con lo menos doce chavales costaleros con su ropa tapándole los ojos, y capataz con terno negro, la patrocina una hermandad de penitencia, que ha hecho hasta igualá, convocada por Internet. Yo me sigo quedando con la mesa de la cocina para la cruz de mayo. Este artículo mismo, lo he escrito sobre la mesa de cocina de mi cruz de mayo. Con la pluma estilográfica Parker.

sábado, 2 de mayo de 2015

La Sevilla de Aquilino Duque


Cuando conocí a Aquilino Duque, yo estudiaba todavía Bachillerato y él acababa de llegar de Cambridge, donde creo que fue únicamente para poder retratarse con un bombín y un paraguas, como un inglés. El encuentro fue en los altos del Club La Rábida, en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de la calle Alfonso XII, donde había nacido la revista "Aljibe", con él, Juan Collantes, Antonio Gala, Ángel Medina, Fernando Quiñones, Serafín Pro... Allí leyó aquella tarde fragmentos de una novela que nunca publicó, aunque ganó con ella el premio Ciudad de Sevilla: "Las torres de San Cayetano". Luego nos citamos en el saloncito de Los Corales donde Belmonte y El Gallo hacían tertulia. Le llevé para que me lo firmara su primer libro, "La calle de la Luna". Y me dio dos consejos que nunca he olvidado: que Sevilla es una deliciosa flor carnívora con la que hay que tener mucho cuidado, porque te devora en cuanto te descuidas; y que para sentir Sevilla hay que leer "Ocnos", el libro de Cernuda cuya primera edición él había encontrado en un baratillo londinense. Tuve en cuenta lo de la floristería carnívora y leí inmediatamente "Ocnos" en la edición de Ínsula, en aquellos tiempos en que decías "Cernuda" y la gente en Sevilla creía que te referías a Neruda con errata. Aquí no conocían a Cernuda más que Aquilino, Higinio Capote, Joaquín Romero Murube (que le escribió su responso difícil en ABC) y el académico Carlos García Fernández, que formó parte del grupo Mediodía y se carteaba con él.

He evocado aquellos años y aquel Aquilino cuando he visto con alegría (y una cierta preocupación que al final diré) que uno de los poemas de "La Calle de la Luna" (1958), "Colegiala del Valle" ha sido colocado como homenaje en el que fue jardín del colegio. Como tantos otros poemas de "La Calle de la Luna", me sé de memoria ese soneto, y lo transcribo sin la errata de "curva" por "cuna" del ceramista: "Va entornando la cuna del tranvía/tus ojos soñolientos, colegiala". (En aquel tiempo, los tranvías entornaban los ojos de las enamoriscantes niñas del Valle y todo, y no como ahora, que no entornan absolutamente nada cuando pasan por la Avenida con la esquila del Muñidor de la Mortaja.) Soneto sentimental y precioso, que remata así: "Salta al jardín de las desilusiones,/colegiala sin flores ni ciudades,/a jugar a la comba con tus trenzas".

Entre consulados del más allá , guías apasionadas de Doñana, monos azules y ruedas de fuego, el insobornable Aquilino Duque, que es como su España, Uno, Grande y Libre, ha escrito más que El Tostado. Mas si se hubiera quedado en poeta de un solo libro, con esa "Calle de la Luna" hubiera ya sido digno de toda recordación, cerámica o no. Ese libro es una guía sentimental de Sevilla y tiene poemas antológicos. Que lo digan a mí, que los incluí en mi antología de poesía popular "Rapsodia Española". Hablamos de Juan Sierra como poeta excelso de la Semana Santa, de la flor carnívora, pero anda que Aquilino... En ese libro primerizo viene el poema impresionante del Cachorro: "Esta noche, Manuel, tú sobre el puente". Y el soneto a la Esperanza de Triana: "Arriba la Esperanza trianera, viva la plata y viva la alegría". El de la Macarena: "Ni azahares ni luna te pondría". El de la Amargura, "Vengo del río allá, de la otra orilla,/ para verte llorando en tus varales". Y más Sevilla, con "Las huertas de Gelves": "La marisma es un ruedo sin fronteras;/es la plaza de toros donde Fernando el Gallo/le cortas las orejas al toro de San Lucas". Y el Patio de la Montería del último rey moro. Y los seises: "¿Qué voz os congregaba,/pájaros al Altísimo?". Y soleares del mejor corte: "Reloj de arena tu cuerpo,/te abrazaré la cintura/para que no pase el tiempo". Y el final rotundo: "Tienen los andaluces por patria el universo". El universo de Sevilla es la patria de Aquilino Duque. Ojalá el alcalde no lea "La Calle de la Luna". Porque con lo que le gusta una cerámica de zapata y zapatazo, puede poner Sevilla entera alicatada con azulejos de versos de Aquilino.