jueves, 14 de mayo de 2015

Cruces de mayo




Han pasado las Fiestas de la Cruz del querido Viso del Alcor de mis raíces, va a llegar el día de San Fernando, y aún no los he visto este año por el barrio. Qué raro. A la hora de la salida de los colegios escuchaba un tambor, un solo tambor, muy destemplado. Ese tambor resonaba por los balcones de geranios y por las tapias tomadas al asalto por las buganvillas. Conocía su sonido, y salía a verlos. Eran unos chavales de la calle que sacaban su cruz de mayo. No llegaban nunca a la docena. Los dos costaleros, el capataz, la niña que da charlita al capataz y un cuerpo de nazarenos numerosísimo: cuatro parejas de chavales aprendiendo su suprema lección de sevillanidad.

Si me gustaba esta cruz de mayo era porque me recordaba la que yo sacaba en la calle Bayona con Pepito Redondo, el nieto del librero don Pascual Lázaro, heredero de las históricas prensas de Sobrinos de Izquierdo, el sello editorial que tenía los derechos de autor de Muñoz y Pabón. Por la cruz de mayo de los chavales del barrio no había pasado el tiempo. Una mesa de cocina haciendo de paso, un cobertor como faldones... Las parihuelas buenas para las cruces de mayo son las mesas de la cocina; si lo sabré yo, que no vean cómo la llevábamos Pepito Redondo y yo de costaleros por nuestra calle adelante, para pasar el Arquillo de los Resbalones y salir a la calle Arfe como quien atraviesa el mismísimo Arco de la Macarena... Sobre la mesa de la cocina los chavales del barrio habían puesto una cruz muy malamente hecha con dos listones, y los jirones de un paño de limpieza a modo de sudario. Y el que hacía de Ramitos había puesto las flores, los geranios arrancados de las macetas del balcón, como quien pincha sobre la morcilla de esparto los claveles encañaos. Y detrás, el tambor. El solitario y descompasado tambor. El nuestro era de lata, y lo tocaba un niño que vivía en la calle Cristóbal de Castillejo, frente a Casa Morales. El nuestro no era ni tambor. Era una lata de bonito del Consorcio Almadrabero y las baquetas, dos palitos de los zapatos procedentes de la tienda de mi madre. Este año no he escuchado este tambor de pellejo destemplado que a mí me recordaba nuestro viejo tambor de hojalata de la tienda de ultramarinos de Luis Fernández Palacios el de La Andaluza, en la esquina de Jimios. Este año mi nostalgia se queda ahora entre estas líneas, cuando evoco una Sevilla verdadera de cruces de mayo de los chiquillos. "Cruz de mayo que en mi patio levanté", decía la letra que el luego exiliado Salvador Valverde escribió para el repeluco del pasodoble de Font de Anta, pura tristeza de Sevilla, amores que se fueron en el tiempo que nadie pudo detener.

Y aunque no he escuchado ese tambor, ni he visto a los dos niños costaleros debajo de la mesa de la cocina, llego a la Avenida y escucho lejanos tambores y cornetas. Viene lo que dicen que es una cruz de mayo. ¿Una cruz de mayo? Pero si traen hasta cruz de guía, y senatus, y bacalao, y ¿que es lo que estoy viendo? ¿Ciriales? Sí, ciriales. Y acólitos... ¡con dalmáticas! Y el paso tiene hasta canastilla de madera labrada, pintada color caoba. Y las velas de los faroles de esquina son de verdad, porque yo creo que traen hasta un Santizo para encenderlas. Y todo es como remedo cursi y "sensible" de una cofradía. ¿Niños jugando a las cruces de mayo o zagalones y mayores jugando a los pasitos a costa de los niños sevillanos de las cruces de mayo de siempre? Ay, esta Sevilla que todo lo está sacando de quicio... Hasta la candidez infantil de las cruces de mayo. Me dicen que esta pomposa cruz de mayo que viene, con lo menos doce chavales costaleros con su ropa tapándole los ojos, y capataz con terno negro, la patrocina una hermandad de penitencia, que ha hecho hasta igualá, convocada por Internet. Yo me sigo quedando con la mesa de la cocina para la cruz de mayo. Este artículo mismo, lo he escrito sobre la mesa de cocina de mi cruz de mayo. Con la pluma estilográfica Parker.

sábado, 2 de mayo de 2015

La Sevilla de Aquilino Duque


Cuando conocí a Aquilino Duque, yo estudiaba todavía Bachillerato y él acababa de llegar de Cambridge, donde creo que fue únicamente para poder retratarse con un bombín y un paraguas, como un inglés. El encuentro fue en los altos del Club La Rábida, en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos de la calle Alfonso XII, donde había nacido la revista "Aljibe", con él, Juan Collantes, Antonio Gala, Ángel Medina, Fernando Quiñones, Serafín Pro... Allí leyó aquella tarde fragmentos de una novela que nunca publicó, aunque ganó con ella el premio Ciudad de Sevilla: "Las torres de San Cayetano". Luego nos citamos en el saloncito de Los Corales donde Belmonte y El Gallo hacían tertulia. Le llevé para que me lo firmara su primer libro, "La calle de la Luna". Y me dio dos consejos que nunca he olvidado: que Sevilla es una deliciosa flor carnívora con la que hay que tener mucho cuidado, porque te devora en cuanto te descuidas; y que para sentir Sevilla hay que leer "Ocnos", el libro de Cernuda cuya primera edición él había encontrado en un baratillo londinense. Tuve en cuenta lo de la floristería carnívora y leí inmediatamente "Ocnos" en la edición de Ínsula, en aquellos tiempos en que decías "Cernuda" y la gente en Sevilla creía que te referías a Neruda con errata. Aquí no conocían a Cernuda más que Aquilino, Higinio Capote, Joaquín Romero Murube (que le escribió su responso difícil en ABC) y el académico Carlos García Fernández, que formó parte del grupo Mediodía y se carteaba con él.

He evocado aquellos años y aquel Aquilino cuando he visto con alegría (y una cierta preocupación que al final diré) que uno de los poemas de "La Calle de la Luna" (1958), "Colegiala del Valle" ha sido colocado como homenaje en el que fue jardín del colegio. Como tantos otros poemas de "La Calle de la Luna", me sé de memoria ese soneto, y lo transcribo sin la errata de "curva" por "cuna" del ceramista: "Va entornando la cuna del tranvía/tus ojos soñolientos, colegiala". (En aquel tiempo, los tranvías entornaban los ojos de las enamoriscantes niñas del Valle y todo, y no como ahora, que no entornan absolutamente nada cuando pasan por la Avenida con la esquila del Muñidor de la Mortaja.) Soneto sentimental y precioso, que remata así: "Salta al jardín de las desilusiones,/colegiala sin flores ni ciudades,/a jugar a la comba con tus trenzas".

Entre consulados del más allá , guías apasionadas de Doñana, monos azules y ruedas de fuego, el insobornable Aquilino Duque, que es como su España, Uno, Grande y Libre, ha escrito más que El Tostado. Mas si se hubiera quedado en poeta de un solo libro, con esa "Calle de la Luna" hubiera ya sido digno de toda recordación, cerámica o no. Ese libro es una guía sentimental de Sevilla y tiene poemas antológicos. Que lo digan a mí, que los incluí en mi antología de poesía popular "Rapsodia Española". Hablamos de Juan Sierra como poeta excelso de la Semana Santa, de la flor carnívora, pero anda que Aquilino... En ese libro primerizo viene el poema impresionante del Cachorro: "Esta noche, Manuel, tú sobre el puente". Y el soneto a la Esperanza de Triana: "Arriba la Esperanza trianera, viva la plata y viva la alegría". El de la Macarena: "Ni azahares ni luna te pondría". El de la Amargura, "Vengo del río allá, de la otra orilla,/ para verte llorando en tus varales". Y más Sevilla, con "Las huertas de Gelves": "La marisma es un ruedo sin fronteras;/es la plaza de toros donde Fernando el Gallo/le cortas las orejas al toro de San Lucas". Y el Patio de la Montería del último rey moro. Y los seises: "¿Qué voz os congregaba,/pájaros al Altísimo?". Y soleares del mejor corte: "Reloj de arena tu cuerpo,/te abrazaré la cintura/para que no pase el tiempo". Y el final rotundo: "Tienen los andaluces por patria el universo". El universo de Sevilla es la patria de Aquilino Duque. Ojalá el alcalde no lea "La Calle de la Luna". Porque con lo que le gusta una cerámica de zapata y zapatazo, puede poner Sevilla entera alicatada con azulejos de versos de Aquilino.