sábado, 4 de junio de 2016

Con Alfonso Grosso en el Rocío


Y es lo que dije al principio. Lo de Barrios metiéndose con él en la jaula de los leones no fue nada. El que le echó valor fue menda, que me fui con Alfonsito Grosso al Rocío.

Alfonso Grosso se había metido una vez en la jaula de los leones. Fue en la feria de Sevilla y en el circo del padre de Angel Cristo. Grosso, en la moda del realismo social y sus libros de viajes, paseaba a lo largo del camino andaluz su novela y sus narraciones breves, que ya habían salido reunidas en Seix Barral con el título de "Germinal y otros cuentos", donde venía aquel "Carboneo" con el que ganó el premio Sésamo y, con el Sésamo, la admiración y envidia de todos los que por aquí abajo escribíamos, que veíamos en Alfonso y en su piso de persianas verdes de la calle Marqués de Paradas algo así como un hermano mayor en saber y gobierno de la literatura. Alfonso había ido con su bloc de notas río abajo, aunque tardaría mucho tiempo en publicar "A Poniente del Estrecho". Y aunque tardaría mucho tiempo en publicar "El circo", se había metido junto con Manuel Barrios en la jaula de los leones, que hasta vino la fotografía en la "Hoja del Lunes" y todo.

Bueno, pues yo le eché más valor que Grosso. Porque si Grosso se había metido con Barrios en la jaula de los leones, yo me metí con Grosso en el Rocío. Había que echarle valor, conociendo a Alfonso. Alfonso estaba reinando en la que habría que ser su novela "Con flores a María" y tomaba notas para una especie de "El capirote" con sombrero alancha. Como mi madre ponía casa en el Rocío, junto a la hermandad de Dos Hermanas, lo invité a que viniera. No quiso hacer el viaje con nosotros, que íbamos en autobús de Los Amarillos, por todo lo alto, puesto que la casa la alquilaba mi madre a medias con doña Dolores, la dueña de esa empresa. A mi madre le gustaba llegar al Rocío pronto y venirse de las últimas, de jueves a martes. Así que el jueves ya estábamos allí, con más luz que nadie. En la casa teníamos todas las baterías de los coches de Los Amarillos. Por eso pude contemplar el aterrizaje de Grosso en el Rocío. Llegó el viernes por la tarde,en un autobús que organizaban en un corral de la calle Lanza, donde era muy superior a la media la cantidad de maricones de pamela que iban. El bicho más raro era Alfonso, que iba de escritor itinerante del realismo social, con atuendo de "Memorias de Africa".

Grosso estuvo todo el Rocío como siempre anduvo por la vida, por libre. Estaba en casa, pero no estaba. Dormía allí, y aparecía y desaparecía, siempre con su "chico" por delante: "Chico, voy a ver si encuentro a unos negros que me han dicho que vienen con Gibraleón"... "Chico, te dejo porque me parece que en el cuartelillo de la Guardia Civil saben que estoy en el Rocío y no conviene que te vean conmigo..." Grosso puro de oliva. Como una regadera a veces, genial siempre. Vimos juntos la llegada de las hermandades pobres de los pueblos,con sus blancos cajones del Simpecado, de los que nunca olvidaré la capacidad de imagen de Grosso: "Chico, son como coches fúnebres de niños..." Muy rocieros, lo que se dice muy rocieros, no éramos ninguno de los dos. Estábamos de curiosos impertinentes por los arenales, en el Eucaliptal, por la calle Moguer, a la puerta de la antigua ermita, que aún no habían derribado. Grosso se hacía íntimo amigo de los boyeros, de los que tiraban los cohetes, de los tamborileros. A Grosso le encantaba el personal subalterno del Rocío, y estaba encantado con Antonio "La Coral", el planchista trianero del taller de sastre de mi padre, que en aquellos gloriosos día era capitán general de la casa, organizándolo todo y sacando lo mismo unos tazas de caldo que los palillos para acompañar a las niñas a bailar las sevillanas.

En aquel Rocío sin coches y sin luz, sin teléfono y sin agua, la dueña de la casa que alquilaba mi madre junto a la hermandad de Dos Hermanas y los dominios de los Muñiz Orellana tenía un borrico. Caballeros en ese borrico nos fuimos Grosso y servidor hasta el puente del Ajolí a esperar las carretas de Triana. Debo de tener por alguna carpeta una fotografía de leiquero de pueblo en la que estamos Grosso y este guardia, caballeros los dos sobre aquel borrico, con dos grandes sombreros de palmas, como acemileros de una imposible revolución mexicana, y es cuando hicimos lo que nadie había hecho: ir en burro al Ajolí. Entre los romeros de Triana llegaba el muy rociero José Luis de la Rosa, que nos daba Religión en la Universidad y quien al verme, en aquellos días de final de curso, me dijo con guasa rociera: "Te iba a poner notable, pero con un sobresaliente vas en burro..."

Pero no llegué a ver la procesión de la Blanca Paloma con Grosso, precesión que entonces era el lunes por la mañana y no como ahora, que la Virgen sale en "prime time" de Canal Sur. En una de aquellas tempestades de vino rociero, Grosso perdió una cámara de fotos malísima que llevaba, marca Lowel, que le había prestado su sobrina. Salió de la casa con la máquina y llegó descompuesto sin ella, a buscarla en el cuarto comunal donde dormíamos y donde nos gastaban las bromas propias de la romería, que si pintarnos la cara con un corcho quemado y esas cosas. Cuando Grosso no encentró la máquina que con el vino perdido había sabe Dios por qué autobuses de maricones de la calle Lanza acampados más para allá del Eucaliptal, cogió la perra de que yo le había robado aquella "valiosísima" cámara como de niños. Sin que nadie se lo quitara de la cabeza, desapareció muy enfadado de la casa y ya nunca supimos cómo echó el resto del Rocío. Luego supe que andaba por Sevilla contando que yo le había robado la máquina de su borrachera, máquina que pintaba de Voiglander para arriba. Nos retiramos el saludo y sólo andando los años, los muchos años, nos volvimos a encontrar y me reconoció que la borrachera era tan gorda que no sabía donde había dejado la máquina, pero que algo tenía que decirle a su sobrina. Y es lo que dije al principio. Lo de Barrios metiéndose con él en la jaula de los leones no fue nada. El que le echó valor fue menda, que me fui con Alfonsito Grosso al Rocío.

miércoles, 13 de abril de 2016

Desafiar a la Giganta


Del Quijote acá, Sevilla se ha llenado, especialmente en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI, de Caballeros del Bosque que vencen cada día a la Giganta.

Cuando se habla de la que hasta ahora ha sido la Torre Mayor de Sevilla, está más visto que el tebeo citar lo que Cervantes, que se conocía el paño de nuestra tierra, hace decir al Caballero del Bosque antes de enfrentarse a Don Quijote en el capítulo XIV de la segunda parte de la novela del Ingenioso Hidalgo, manchego como Pedro Almodóvar, pero en mejor: manchego como el tinto de Morales o el queso de Trifón: "Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa Giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué, víla y vencíla, y hícela estar queda y a raya, porque en más de una semana no soplaron sino vientos nortes."

Del Quijote acá, Sevilla se ha llenado, especialmente en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI, de Caballeros del Bosque que vencen cada día a la Giganta. Primero fue Caballero del Bosque nada menos que Aníbal González, que desafió a la Giganta en la Plaza de España, con sus dos torres gemelas que a Sevilla le parecieron, como suele ocurrir, pressssiosas, y que no contaron con más oposición que la de mi maestro don Manuel Halcón en "El Liberal" y de las primeras miradas de Romero Murube a los cielos que entonces empezamos a perder.

No quedaron ahí los desafiantes Caballeros del Bosque. Igual que para Juan Ramón Jiménez "vino primero pura, vestida de inocencia", vino después poderoso, vestido de soberbia y descargado de toda razón, el alcalde Monteseirín disfrazado de Caballero del Bosque, quien desafió a la Giganta. Llegó, vióla y venció, plantificando en La Encarnación las tan malhadadas como costosísimas e inútiles Setas, que cada vez que salgo de la calle Dados y me doy de cara con ellas, exclamo como la chirigota de Los Borrachos ante el cartel de Alberti:

– ¿Pero qué carajo es esto, Dios mío de mi alma?

Y como tampoco nadie le dijo nada al Caballero del Bosque cuando venció a la Giganta, nadie se opuso a esa mamarrachada que en La Encarnación sigue sirviendo para lo mismo que el día que la inauguraron: para absolutamente nada. --PUNTOAPARTE--

Y no quedó ahí la cosa. Pues vino después un pulido y abrillantado Caballero del Bosque (no Verde ni de Hacendado) que abundosos hallares catalanes manejaba y sigue manejando, y que manda en Sevilla bastante más que el mismísimo alcalde, por la cantidad de bocas que con tales caudales calla y por las voluntades que con ellos compra. Y desafió a la Giganta atreviéndiose a hacer una torre más alta que ella, como un ángel rebelde al que nadie expulsara del paraíso, sino al contrario, pues todos le bailan el agua y le ponen la mano, con tan escasas como honrosas excepciones: léase Adepa. Y no contento con vencerla en los cielos definitivamente perdidos, atrevióse a llamarla "Torre Sevilla", en lugar del mote de "Pelli", por el nombre del autor material crimen con que todos la conocían, sacándola de pila con la gracia por la que hasta entonces únicamente a la Giganta en la ciudad se conocía.

Y ya puestos en el desafiante gigantismo para nada, hay ahora otro Caballero del Bosque de cuyo nombre no me da la gana de acordarme, que en la Sevilla que debía haber reconstruido en su cota original las Atarazanas del Rey como el mejor Pabellón de la Navegación cuando con la Expo la ciudad entera volvióse loca, intenta ahora, con los mismos mentados caudales del Condado de Barcelona, hacer en el mejor cahíz Gigantismo Horizontal, con una especie de Setas de la Encarnación en pleno Arenal de Sevilla y olé, Torre del Oro. Que está allí al lado.

¿Y saben ustedes una cosa? Que esto es lo que hay, y que ya no toman por locos a los del "fagamos una obra tal", sino a los cuatro gatos que nos oponemos a que las fagan. (Y gracias por la felina cita en su artículo de antier, Micer Robles, donde a vuesarced se le fue la mano). Habré de decir, finalmente, cuáles somos esos cuatro gatos que no queremos ser cómplices de la cotidiana derrota de la Giganta: Servidor, Remo, Rómulo y Romano.

jueves, 3 de marzo de 2016

Las manos del Gran Poder


Y es que Dios, por primavera, cada año viene a esta plaza para enseñarle sus manos a aquel que quiera besarlas y ver que Dios tiene manos, tiene unas manos humanas...

El Domingo de Ramos, el que no estrena no tiene manos...
 (Dicho popular.)

Sevilla estrena hoy el aire, la luz, el sol, la mañana, el viento, el fuego de cera, capirotes y sandalias, y cinturones de esparto, y colores las muchachas, que si Sevilla no estrena, no tiene manos su alma.

Por fin ha llegado el día que todo el año esperabas. Están las sillas dispuestas de Sierpes a la Campana. Están sonando en la torre, esa que llaman Giralda, los repiques que ya anuncian la procesión de las palmas, y han colgado de damasco viejos palcos en la plaza. Para el paso de la Cena trajo Alcalá ya su hogaza. Zaqueo está en su palmera y los niños en la rampa del Salvador corretean como tú correteabas; estrenan zapatos nuevos y estrenan Semana Santa.

Ramas de olivo en las misas, las de Minerva y de Itálica, están repartiendo ahora en La Estrella de Triana, y las reparte San Roque, que es Esperanza con Gracia, y las dan en la Amargura, pues San Juan es de la Palma. Sevilla llena de olivos, Sevilla llena de palmas, triunfa en Jerusalén la que de Roma triufara. Por la calle ya se oyen los pregones: "Er pograma..." Hay gente que va y que viene, madres que túnicas planchan, torrijas de dulcería, son más buenas las de casa; gente que va a ver la Hiniesta por la calle Enladrillada, padres que en El Salvador una borrica señalan, gente que viene de ver a la Paz, con esas ansias que tenemos de que esté la primera en la Campana.

Por la plaza la Gavidia, por donde Daoiz avanza el zapatón que hoy estrena, en bronce, como Dios manda, vienen señores que traen una cinta en la solapa. De memoria me la sé, pues mi padre la llevaba cada Domingo de Ramos: en la memoria es morada. Vas por calle Capuchinas, en las radios suenan marchas que salen por los balcones, saetas anticipadas

Y llegas a San Lorenzo y hay una cola muy larga, que la mira un cardenal desde un retablo, y aguardas. Y esperas mientras escuchas los sonidos que proclaman nuestra mejor primavera: pájaros, niños, campanas, el reloj que da las doce, leyenda de emparedadas. Y te fijas en la gente que va saliendo; sus caras son tan serias que te dicen que allí dentro es que algo pasa, al Señor en besamanos lo han visto de cara.

Sigue la cola avanzando bajo naranjos, que plata serán el jueves de noche, en cuanto la luna salga. Y ya lo ves a lo lejos, Señor de manos atadas, túnica de terciopelo, camisa blanca y planchada, camisa que es de torero, porque puede y porque manda. Los que estaban esperando ahora la puerta traspasan, y buscan ese rincón para ver qué es lo que pasa. La gente besa sus manos, de oro un cordón las amarra, manos que mueven el mundo, manos que templan y paran el dolor, los grandes males, apuros y malas rachas, las mentiras que se quedan y las verdades que pasan.

Te fijas que las mujeres al Señor van y le hablan. Él está allí, tan humano, que hasta parece escucharlas, que está de pie aquí en Sevilla, sus dos pies ¡qué bien los planta! Y una madre le decía, aún escuchas sus palabras: "Muchos años, Hijo mío, tus manos quiero besarlas." Que venga la Teología y rompa aquí la baraja, que las madres llaman Hijo al Padre del sol y el agua; todas le cogen las manos como a un hijo que se marcha a unos trabajos muy grandes o a unas tierras muy lejanas.

Viendo al Señor se diría que este Señor tiene alma, del modo con que lo miran esas madres sevillanas; del modo con que un hermano, silencio hasta en la mirada, le va limpiando esas manos con una telita blanca. Son manos que han trabajado, son manos dignificadas por el dolor de la vida, manos de muelle o de fragua, de tejar, manos del campo, de San Julián o Triana, manos que tanto Poder tienen por la madrugada que pasan por el Postigo y el amanecer levantan.

Y es que Dios, por primavera, cada año viene a esta plaza para enseñarle sus manos a aquel que quiera besarlas y ver que Dios tiene manos, tiene unas manos humanas... Y es porque Sevilla estrena, para Él, Semana Santa.

lunes, 1 de febrero de 2016

Monumentitis



 ¿Qué más monumento queremos que Sevilla misma?

Usted habrá escuchado muchas veces la más que acertada frase del humanista Santiago Amón, que todos repiten sin citar a su autor: "En España no cabe un tonto más". Aplicada a Sevilla...

–Pues aplicada a Sevilla es que la ciudad está chorreando tontos hace una jartá de años. Aquí no caben los tontos desde tiempos del Rege Carolo. Con decirle a usted que en Sevilla hasta hay listas de espera para que cuando la palme uno de los siete mil millones de tontos que hay pueda otro ocupar su plaza libre...

Sí, aquí en Sevilla hay, como saben, tontos con balcones a la calle. Y tontos con ático retranqueado, que dice Carlos Navarro Antolín. Y tontos desde que sus padres eran novios. Y tontos con carné. Aparte de los "Tontos de capirote" famosos que catalogó e inventarió Micer Francisco Robles. Que es por cierto un libro que debería tener tapas con anillas de argolla para irle añadiendo capítulos conforme vayan los tontos saliendo de detrás de la mata: el tonto de la filtración del cartel, el tonto de la exposición del Mercantil, el tonto de los problemas del Martes Santo, el tonto partidario de Amigo Vallejo...

Aplicada a Sevilla, pues, la frase no es "En Sevilla no cabe un tonto más", ya que ha tiempo que tenemos puesto en la taquilla el cartel de "No hay localidades para tontos". Debe ser: "En Sevilla no cabe un monumento más". Porque existe, en efecto, el Tonto del Monumento, el tío que cuando se emperra en levantar un monumento a algo o a alguien, no para hasta que descubren el correspondiente bronce, estropeando muchas veces un paseo precioso o una calle bien linda. Como se celebra el LXXV aniversario de la muerte de Antonio Machado en Colliure, me temo que estamos amenazados con monumento al autor de la saeta que todos los frikikofrades creen que es de Serrat. Vecinos de la calle Dueñas pidieron al alcalde hace poco lo que todos los barrios, incluido ese abandonado barrio interior que dice Juan Ruesga que es el centro: que adecentaran y arreglaran aquello. Y Zoido les dijo que ya lo tenían pensado, y que delante de la Casa de las Dueñas iban a poner... ¿A que no sabe usted qué? ¡Un monumento! A Antonio Machado. Cuando Machado tiene ya allí no uno, sino dos recuerdos: el azulejo que hay dentro, en el patio, con el verso del limonero y el otro que hay fuera, en la tapia, colocado en tiempos de otro alcalde que quiso ponerse moños a costa del autor de "Los Complementarios" (¡toma ya cita rara de Machado!). ¿Un monumento a Machado delante de la Casa de las Dueñas? ¿Qué mejor monumento que su recuerdo en la propia Casa de las Dueñas, la delectación en la evocación de su infancia sevillana, el krausismo de la familia, Demófilo, la madre trianera, los delfines por el puente de Triana, la Universidad Literaria de la calle Laraña, el patio, el limonero y la tragedia final de una vida con composición en anillo, que acaba en "estos días azules y este sol de mi infancia"? Además, que como Sevilla es como es, si plantifican un broncíneo Machado ante la Casa de las Dueñas, puede que los cocheros les expliquen a los turistas al pasar por allí como lo de Pilatos en su Casa:

–Y aquí está la estatua de Antonio Machado porque como al hombre le gustaba tanto Sevilla, todos los años lo invitaba Cayetana, la Duquesa de Alba, a que viniera a pasar la Semana Santa y la Feria aquí a la Casa de las Dueñas, gratis total.

A Aníbal González le pusieron un monumento (horroroso) delante de la Plaza de España. Cuando el monumento estaba ya allí: ¿qué mejor homenaje a Aníbal que la propia Plaza de España? Ahora, para hacerse alguien un foto inaugurándolo, quieren hacer un monumento a Le Forestier en el Parque de María Luisa que diseñó. ¿Qué mejor homenaje a Forestier que el propio Parque, que tenerlo cuidado y sacado de brillo y a salvo de salvajes? Llego a la conclusión de que la monumentitis es una enfermedad propia de las ciudades del Sur que han perdido el Norte. Por favor, ya que no para usted la máquina de estrechar calles y quitar aparcamientos, pare usted por lo menos la máquina de poner monumentos, Don Zoido. ¿Qué más monumento queremos que Sevilla misma?