jueves, 18 de junio de 2015

La flor de la tipuana




Paseaba la otra mañana por uno de estos nuevos parques de Sevilla que apenas se conocen. Por el Parque Celestino Mutis, que está, para que se orienten extramuros, entre Las Tres Mil y Alcampo. Y de pronto vi todo el suelo de albero alfombrado de flores amarillas que el vientecillo fresco hacía caer de los árboles. Nunca me había fijado en estos árboles de las amarillas flores, a pesar de que me acuso, padre Hércules, de haberle dado prestigio literario a las jacarandas frente a la intoxicación lírica colectiva de azahar cuando apunta la primavera. ¿No hay intoxicaciones etílicas? Pues también hay intoxicaciones líricas. Si hubiera un aparato de medir lirismo como el de la alcoholemia de la Guardia Civil y les hiciéramos soplar a los sevillanos tela de clásicos cuando cuelgan capirotes en la Alcaicería y abren las flores de los naranjos, darían índices altísimos de intoxicación lírica.

Así que paseando por el Parque Celestino Mutis vi la maravilla del suelo alfombrado de flores amarillas, como para la Majestad en Público de un pueblo. Y como confieso que de Botánica sólo me sé las cuatro reglas sevillanas, no supe de qué árbol eran. Y como vi que estaban allí dos jardineros arreglando arriates, fui y le pregunté a uno de ellos:

–Usted perdone, ¿cómo se llaman esos árboles de los que caen estas flores amarillas?

– Jacarandas --me dijo.

A lo que el otro que estaba a su lado y que parecía su jefe, le rectificó inmediatamente:

– Que no, chiquillo, que las jacarandas son azules y ya han echado la flor.

Y dirigiéndose a mí, me precisó, con el amor por las flores del jardinero de Triana en el Juan Ramón Jiménez de "El trabajo gustoso":

– No, mire usted, éste no sabe: estos árboles son Tipuanas, aunque los llaman también Palo Rosa.

Le di las gracias y se quedó riñiéndole al otro:

– ¡Cuidado que confundir las tipuanas con las jacarandas!

Pensé entonces que la tipuana no tiene quien le escriba. Que en esta ciudad de los versos al azahar y de las prosas a la jacaranda nadie hasta ahora le había dedicado ni un mal párrafo a la tipuana, que nos viste Sevilla de amarillo para despedir a la primavera, para anunciar Las Lágrimas de San Pedro y confirmarnos que el verano de noches de balcones abiertos y platito de jazmines en la mesilla ya está aquí... Hasta que ayer leí aquí en ABC el hermosísimo articulo de Javier Rubio, que había quizá pensado lo mismo que yo y a la misma hora, por lo que me pisó este recuadro, que tenía pensado plumear desde que os vi, olvidadas tipuanas del Parque Celestino Mutis.

Dice Javier Rubio que es la tercera nevada de la primavera, tras la nevada blanca del azahar y la nevada azulenca de la jacaranda. ¿Estás seguro, Javier? Yo creo que es más bien lluvia. Una lluvia de oro. Mira, Javier, si hubieras visto la otra tarde, yendo para un "Rigoletto" que se ofrecía en memoria de Ángel Casal, cómo el fuerte viento hacía caer chubascos intermitentes de amarillas flores de tipuana frente a la Torre del Oro. Un chaparrón de amarillas flores de tipuana. Parecía que la primavera le había arrancado escamas de oro al cupulín de dorados azulejos de la torre y las mandaba como lluvia o como un maná de belleza. Todo el Paseo Colón alfombrado de amarillo, con flores racheadas por el viento en oleajes del atardecer. Parecía una petalada de barrio en honor de una Virgen. De la plata del azahar y el topacio de la jacaranda al oro de la flor de la tipuana, que parece un título de María Dolores Pradera, una canción tan delicada como ella. La tipuana, Javier Rubio, ya tiene quien le escriba. Tú has sido como el notario que has dado fe pública de que la primavera le ha dicho adiós a la ciudad definitivamente. Con la amarilla flor de la tipuana. Que es un endecasílabo.

martes, 2 de junio de 2015

Salvar al magnolio de la Catedral


Como en el Desembarco de Normandía, cuyo cabo de año celebramos, Steven Spileberg se empeñó en "Salvar al Soldado Ryan", así quiero hoy contarles una película que ojalá no tenga final triste: "Salvar al Magnolio de la Catedral". Verán ustedes. Estamos en la parte más honda y lírica de la primavera de Sevilla, que para algunos no es la de los naranjos en flor y los poetastros desparramando versos malos sobre la Semana Santa. En esta parte de la primavera no hay más cofradías que las mesas de cocina convertidas por los niños en ilusiones en forma de cruces de mayo. Es tiempo de carretas por ambas orillas camino del Rocío. Esta parte de la honda y verdadera primavera de Sevilla es la del Pentecostès florido. Cuando ya ha florecido la jacaranda y la buganvilla. Cuando la tipuana está en flor, escoltando al río a lo largo del Paseo Colón y alfombrando con sus petaladas amarillas las procesiones de gloria o a Su Divina Majestad bajo el palio sacramental de un cumplimiento pascual de cera roja, carráncanos y chaqués. Y es ahora cuando florecen los magnolios. Los magnolios son los seises de estos árboles florales de Sevilla. Ofrecen la blancura eucarística de sus flores como de Custodia y Tantum Ergo cuando saben que van a bailar los seises y por la puerta de San Miguel va a salir la Custodia de Arfe el de la calle Arfe, que como El Pali y Ángela la Calentera también era del Postigo.

Los cernudianos saben que el magnolio es su árbol y la magnolia su flor. Un mármol recuerda al salir del recodo del revellín del callejón de la Judería, en la tapia de la casa de los Condes de Luna, dónde asomaba su belleza aquel inmortal magnolio de "Ocnos", que aún florece en las páginas de la mejor declaración de amor a Sevilla, del mejor largo poema en prosa de toda la literatura española del siglo XX. Hay avenidas que son un homenaje al magnolio, como la de Rodríguez Caso en el Parque, con los monumentales ejemplares que van desde los Marineros Voluntarios a la Plaza de España. En la Casa de Pilatos está el magnolio más alto y más antiguo de Sevilla, buscando el cielo y buscando la luz...

...Y hay un solitario magnolio que es como un homenaje a Cernuda, y del que he escrito muchas veces. Le oí al ya citado Pali llamarlo "el magnolio del Alfolí". El Alfolí era como los antiguos del barrio llamaban a lo que ahora es Correos, entre la Avenida, Almirantazgo y Tomás de Ibarra. Allí, junto al Postigo, estaba el Alfolí de la Sal, el estanco de las rentas de la sal. Y en recuerdo del Alfolí de la esquina opuesta así llamaba Palacios a este magnolio solitario de la esquina de la Catedral con la Casa Lonja y Correos. No crean que es tan antiguo. Yo lo he visto crecer. Vi cómo una vez colocaron bajo sus ramas la estatua del Martínez Montañés, que quitaron del Salvador...¡para que pudieran aparcar más coches! Y la colla flamenca del Gran Simón, El Gringo, Manolito Rubio y Gutiérrez cantaban en el tablao de La Cochera una letrilla con música chirigotera del salamalecún de Paco Alba: "A Martínez Montañés/del Salvador lo han quitao/y frente a los meaeros/que hay en Correos/ lo han colocado".

Se llevaron a Martínez Montañés de vuelta al Salvador y quisieron poner allí el bronce de Juan Pablo II. Y el magnolio siguió en su esquina. Pero este año, ay, apenas está dando flores. El magnolio de la Catedral está enfermo, espelechando como un perro callejero sarnoso. Sus hojas han perdido el brillo y las ramas su poderío. Se le ve seco. Apenas ha dado magnolias. ¿Quién riega el magnolio? ¿Lo riegan acaso? ¿Está enfermo este magnolio monumental o es que la indolencia municipal de la ciudad arboricida lo ha dejado secar? Se libró de la tala de árboles que Monteseirín hizo en la Avenida para su dichoso tranvía, pero no del abandono y el olvido. Yo creo que ni las dos flamencas que bailan para los turistas bajo su sombra se han enterado de que hay que salvar al magnolio de la Catedral. ¿El concejal de Parques y Jardines dice usted? Ese, menos todavía, ¿usted no ve cómo tiene al pobre magnolio? Yo creo que ese señor ni sabe qué significan los magnolios en la Sevilla del ruiseñor sobre la piedra del atardecer en la Catedral de Luis Cernuda.