lunes, 16 de noviembre de 2015

Flores de otoño


 Y está al caer el día en que vuelva a casa y me reciba el olor de la floración de la dama de noche por Todos los Santos. Y los jazmines luneros se volverán locos con la competencia.

Por el teletipo de las jacarandas, Carlos Crivell Reyes, como pregonero de guardia de las inmutables glorias de Sevilla, nos da la noticia. Una noticia de las que de verdad interesan, de las chachi buenas, no de esos bodrios insoportables que ahora mismo, mientras tecleo, estoy escuchando en una radio donde le tienen montado un botafumeiro importante, quizá de peaje, a Susana Díaz. Que, por cierto, cuando la escucho hablar me recuerda tela a Isabel Pantoja. ¿Será que las dos tienen el habla del Tardón? No es la de Triana, no: es el habla del Tardón, entidad local propia. Hay en las palabras de Susana Díaz una como soberbia pantojista, cuando habla de "mí" Junta y de "mí" Sanidad, marcando mucho el acento en el "mí". Y en ese "mí", el adjetivo posesivo se convierte en pronombre personal de una soberbia en Modo Tardón On que no se puede aguantar.

Pero passsso de Susana, porque el pregonero de las glorias nos ha anunciado que junto a la Torre del Oro hay un naranjo hermosamente en flor. Y nos ha mandado la foto de ese naranjo del antiguo Paseo de la Marina. Qué nombre más bonito perdió el callejero de Sevilla por culpa de Colón. Desde la Catedral, al Paseo de la Marina se llegaba por la calle de la Mar y por la calle del Áncora. Ay, aquella Sevilla marinera del muelle que la otra tarde evocábamos en la Casa de ABC con la familia Iturri, que en esa banda del río tuvo el Belén de su emporio de creación de riqueza...

Está el naranjo en flor junto a la Torre del Oro. Viene pidiendo recuadros. ¿Habrá noticia más importante que este hermoso y hondo otoño sevillano, todavía con los días ni cortos ni largos, sino con los veinte muletazos justos de luz tamizada, no primaveralmente cegadora? Y en este otoño, las flores de la estación. Las segundas floraciones. Como una segunda primavera. Como una segunda juventud de la Vieja Dama que tan hermosa estaba cuando la flor del naranjo trasminaba el aire, sonaban tambores y en la gruta de las maravillas de la Alcaicería colgaban las estalactitas de las cartoneras de los machos; que es, con palabra de vestido de torear, como los viejos nazarenos llamaban a los capirotes. Los altos antifaces de negro de la Madrugada sí que se ajustan bien los machos de las cartoneras para hacer el paseíllo de la verdad por el camino más corto.

Está en flor el naranjo de la foto que me manda Crivell Reyes y hasta aquí trasmina. ¿Por qué ha florecido allí, junto a la Torre del Oro? ¿Como protesta por las plataneras que cortaron en la calle Almirante Lobo y que ya, ay, nunca más sacarán sus verdes ramos para saludar a la Virgen de la Victoria cuando vaya camino del Postigo del Carbón? No, el naranjo está en flor como lo están otra vez las jacarandas. En esta secreta floración otoñal, tan discreta. Como unas segundas nupcias con la primavera. Sin la explosión del color. Ahora las jacarandas son más de color túnica de la Quinta Angustia que nunca.

Y está al caer el día en que vuelva a casa y me reciba el olor de la floración de la dama de noche por Todos los Santos. Y los jazmines luneros se volverán locos con la competencia. O mi jazmín del pregón. Cuando me encargaron el pregón, Angelita Molina me regaló un jazmín para que me inspirara. Ese jazmín es tan fiel a su extremosa donante que sólo florece cuando se va acercando el Domingo de Pasión. Después se cierra todo el año. ¿Jazmín lunero? No, jazmín atrilero. Yo ahora tomo este papel de los calentitos de Angela, y por el milagro del pan de Polvillo y de los pescados fritos de la freidura de mi calle de la Mar, lo convierto en jazmín atrilero. Le añado las flores de los naranjos del Paseo de la Marina, y las jacarandas nuevamente florecidas en un Cristina donde aún sigo jugando de niño con Jaime Guardiola, y le sumo la fragancia de la dama de noche. Y se lo ofrezco al poeta pregonero. Porque sabrás, Lutgardo, que Sevilla se pone en flor por estas fechas para que a los pregoneros recién nombrados les sea más fácil en este otoño con humo de puestos de castañas escribir sobre el olor del incienso de Dios en la ciudad.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Vendedores de humo


En esta Sevilla donde todas las fábricas cerraron, no nos quedan más chimeneas industriales que las de los puestos de castañas. La cosa tiene castaña.

Contaban en Madrid que el otoño no empezaba hasta que alguien publicaba en algún diario el tradicional artículo de las castañeras. No cuando humeaban los puestos en las esquinas, no, sino cuando salía el típico y tópico artículo a lo Estébanez Calderón sobre las castañeras. Cómo será el tópico del artículo de las castañeras de Madrid, que hasta un cante nada otoñal como los caracoles hace en verso su columna sobre la castaña: "Porque vendes castañas asás/aguantando la nieve y el frío". (Letra de pregón cantado que dicen los eruditos, los que Felipe Campuzano llama "los flamencólicos", que el cante tomó prestada de la zarzuela titulada "Jeroma la Castaña", estrenada en Madrid en 1843").

Es raro que aquí en Sevilla la rancidez periodística no tenga establecida como obligatoria tradición otoñal el artículo de las castañeras. Que quizá por aquello de la dictadura de la igualdad de género que está arrasando la gramática, aquí son castañeros. Castañeras de Madrid, castañeros de Sevilla. Más o menos como el dicho: "Señores de Sevilla, señoritos de Jerez, gente de Cádiz". O como diría Susana Díaz en un discurso: "Castañeros y castañeras". O sea, la Ciudadanía de la Castaña, que tiene castaña la tontería de decir "ciudadanía" para no caer, dicen los cretinetes que la usan, en el agravio de géneros. Que dllaman género cuando quieren decir sexo y de paso se cargan los géneros gramaticales. Pero ésa es otra.

No es que yo quiera inaugurar el rito del Artículo de los Castañeros con su carrillo de mano, con los marrones frutos serranos extendidos en su batea y con el humo de la complicada tecnología de la olla de asar, blanca como una pared de Arcos de la Frontera. Estos carrillos-batea de los castañeros tienen algo de barco de vapor. Si González Ruano dijo que los coches de caballos, los peseteros de alquiler, eran las góndolas del asfalto, los puestos de castañas son los vapores que navegan por el río de las esquinas: "Castañero, que se va el vapor", podía ser otro cante agaditanado así como por caracoles, que a poco que se propusiera hacerlo Miguel Poveda, lo bordaría.

¿Por qué todos los puestos de castañas son iguales? ¿De dónde salen los puestos de castañas? ¿Es un mayorista que les da la mercancía y el vehículo a los vendedores, como la mafia que dicen que hay detrás de los negros que venden clínes en los semáforos? Primos hermanos de los vendedores de incienso, los castañeros forman unos jumeríos tela importantes en La Campana, en la Puerta Jerez, en la Encarnación o en los barrios. Da gloria verlos. En esta Sevilla donde todas las fábricas cerraron, no nos quedan más chimeneas industriales que las de los puestos de castañas. La cosa tiene castaña. Tanto humo echan los puestos de castañas, que hay riesgo que a sus honrados asadores los confundan con otro oficio que sí que es sevillanísimo: el vendedor de humo. Los castañeros son como los vendedores de humo, pero con un carrillo de mano de verdad y castañas de verdad, que he quincado que no son de Galaroza como en el cante, sino gallegas, y que vienen en bolsas de malla como los caracoles del moro o los mejillones.

El vendedor de humo sevillano sí que tiene su artículo de la castañera cada día en el periódico. Qué predicamento tienen, hijo. Un día llega un vendedor de humo y te vende a Sevilla como Ciudad de la Aeronáutica. Otro día otro te vende a Sevilla como Ciudad de la Ópera. O como Ciudad del Cine. O cono Ciudad Universitaria. O como Ciudad de Cruceros. Siempre como Ciudad del Camelo. Tantos camelos, que estoy deseando que llegue un vendedor de humo que nos quiera vender a Sevilla como la Ciudad de Sevilla, no la de Esto o de lo Otro.

A lo mejor el tío de las castañas, con su humo, es el que la vende así, a Sevilla como Ciudad de Sevilla. Pero el pobre, como el coronel del otro, no tiene quien le escriba el tradicional artículo amadrileñado de las castañeras.