jueves, 16 de julio de 2015

El espejo del río




En estos días señaladitos de los cuatro puntales finos que sostienen a Triana, Sevilla mira al río. El río de la cucaña. Como lo Joselito sobre la plaza de toros del Puerto: el que no haya visto a los chavales pegar el resbalón por el ensebado palo de la cucaña al atardecer y no haya comido a la noche las avellanas verdes, no sabe lo que es Triana. Avellanas verdes. Como en el piropo de Lope de Vega al Guadalquivir, es un palimpsesto escrito en el palo de la cucaña: "Ay, río de Sevilla/qué bien pareces/cuando vende Triana/avellanas verdes".

Triana se mira en el río. Y escribe en los ojos del puente, con barro de los alfares, a lo profano, lo que a lo divino en plata dice el baldaquino de la Virgen de los Reyes: "Por mí Sevilla es Sevilla". Frente a la tierra cortijera, el agua del río de los vapores y del muelle. Frente a una nobleza terrateniente de casas blasonadas, el triunfo de la burguesía comercial e industrial. A Triana, que es tan Cádiz, le pasa como la Cuna de la Libertad: no tiene casas blasonadas. Triana hizo la revolución industrial que le faltó a Sevilla. Fue como el polígono industrial de la ciudad agraria.

Y como Sevilla misma en el poema andaluz de Manuel Machado "...y las cofradías de Triana". A lo mejor se ha dicho ya muchas veces lo que he pensado mientras tiraba los huesos de pollo por el balcón, para que se vea que no farta de ná. Pero siguiendo las divinas enseñanzas de los cantes del Zurraque nos atrevemos a decir que las cofradías de Triana son como las de Sevilla reflejadas y duplicadas en el espejo del río. O viceversa. ¿No se han fijado que Triana repite a su aire, a su aire marinero, las mismas advocaciones de las cofradías de Sevilla? Como aún por el puente Triana no había pasado la Reina y La O no había cruzado todavía la puente de barcas, es como si el Arrabal quisiera sacar por sus calles los mismos misterios que en la otra orilla. Verán qué pamplina más gorda voy a decir...

Sevilla tiene su Nazareno. El de los primitivos nazarenos de Sevilla. El que impone su divino Silencio en la Madrugada. Cuando ya ha amanecido, y los vencejos del Museo le han quitado las espinas y se han llevado la bicha de la corona del Señor, Triana, a la tarde, saca a su Nazareno. Y es tan del barrio el Nazareno Según Triana que la gente hasta lo conoce por su mote. Es El Jorobadito de Triana. Suena a cantaor. Porque el Nazareno le da a Triana el cante de la Redención y la calle Castilla se queda con el cante.

Y si por la Costanilla de Sevilla hay un Señor en sus Tres Caídas ese mismo Viernes por la tarde, por el puente vinieron ya de Madrugada las Tres Caídas del Señor de Triana, El que torea con caballos en el ruedo de la Pasión. Y por ese mismo puente, como certificando la muerte de Cristo según Triana, siempre Viernes por la tarde, qué tarde más trianera, se produce la Expiración. La misma Expiración del Museo se contempla ahora en el museo de la belleza del atardecer sobre el puente. Y también los trianeros le pusieron un mote del barrio al Cristo Expirante: Cachorro mío...

Y si los señores de San Vicente, Don Vicente, Vicente y Vicentillo sacan sus Señor de las Penas con música de Pantión, Triana echa el izquierdo por delante para trianear con su propio Señor de las Penas, El que "hasta sentao/anda sobrao de compás". En Triana, habrán ido viendo, no hay cofradías de negro. No hay más negro que el humo de las chimeneas de los vapores del muelle. Triana es de color. Triana sí que tiene un color especial, Romero Sanjuán: carmesí de La O, azul Estrella. Y el verde de la Esperanza. Un verde distinto al macareno, siendo el de la misma Esperanza en la misma Madre de Dios. Un verde más intenso. Verde de las juncias verdes del verso de Lope de Vega sobre este río que le presta su color a los nazarenos de la Esperanza. La Virgen de la Esperanza se miró en el río de Sevilla y estaba tan guapa que necesitó dos espejos: uno junto al Arco de la Macarena, otro en la capilla de los Marineros que pusieron el río para que la dual Sevilla tuviera dos Nazarenos, dos Penas, dos Tres Caídas, dos Expiraciones, dos Esperanzas.

jueves, 2 de julio de 2015

Vuelve el sombrero




No sé si me lo parece o si es realmente así: ¿usted no cree que en Sevilla cada vez se va a más gente por la calle con sombrero? Señores especialmente. E incluso canis. Con ese sombrerito completamente cani que ellos llaman "borsalino", pero que no tiene absolutamente nada que ver con los verdaderos borsalinos, que eran los sombreros italianos de esta marca, de fieltro y anchas alas, que usaban los gánsteres de Chicago. Un gánster sin borsalino, sin traje de raya diplomática y sin metralleta ni es gánster ni es ná: eso es todo lo más un componente de la chirigota "Los Peperonis" de Manolo Santander, la que sacó el memorable pasodoble "Me han dicho que el amarillo", ya himno oficioso del Cádiz C.F. El que llevan los canis no es borsalino ni Maquedano que lo fundó; pero, bueno, a efectos de la tesis de este artículo, que es el retorno del sombrerismo, no vea usted el avío que nos ha dado hasta el final de este primer párrafo. Punto y aparte, pues.

Usted habrá visto como ilustración en muchos libros de Historia Contemporánea el anuncio de una sombrerería de Madrid al terminar la guerra: "Los rojos no usaban sombrero". Lo que son las cosas. Ahora son los rojos los que lo usan. O al menos la chavalería votante de Podemos, si a eso se le puede llamar rojerío, que tampoco sé. El sombrero era antes cosa de persona mayor conservadora, pero ahora lo llevan los muy jóvenes y muy progres y antisistema. Sombreros como los falsos borsalinos ya descritos o el jipijapa de toda la vida, al que llaman "panamá". Que por cierto sólo tiene de Panamá el nombre. Los buenos, los verdaderos, los que se enrollan y caben en el bolsillo, están hechos en Ecuador. Pero como el presidente Wilson se puso un auténtico jipijapa ecuatoriano para inaugurar el Canal del Panamá, donde hacía un solazo del carajo, pues los americanos le lalmaron "sombrero de Panamá" al jipijapa y panamá se le quedó.

¿Por qué vuelve el sombrerismo? Pues yo creo que por razones médicas. Los dermatólogos están haciendo por el sombrerismo más que Maquedano, García y Padilla Crespo juntos. Usar sombrero en verano en Sevilla, en esta ciudad que Monteseirín desarboló y dejó sin sombras en la Avenida, es la mejor forma de luchar contra el cáncer de piel. No sé si será por el puñetero agujero de ozono, por el efecto invernadero o por las castas todas de la contaminación, pero el sol cada vez quema más en Sevilla. Tela. Se lo leí en ABC al dermatólogo don Julián Sánchez Conejo-Mir: el sol en Sevilla quema igual que en la playa en Chipiona. Siento disentir del sabio doctor de tan ilustre apellido dermatológico: lo mismo que en Chipiona, no; en Sevilla el sol quema bastante más, porque en Chipiona para ir a Las Tres Piedras te embadurnas de crema protectora del 50 o de pantalla total, y aquí sales a pelo, y vuelves a casa con la frente como un langostino de los que se comía Torrijos con cargo a los presupuestos. Sabio consejo el de usar sombrero en Sevilla en el verano de "este sol padre y tirano" de José Andrés Vázquez.

Y lo mismo que los oculistas recomiendan que no se usen gafas de sol de las que venden en las tiendas de los chinos, que se compren homologadas en las ópticas, porque las otras son fatales para los ojos, así yo también recomiendo que se compren los sombreros contra el solazo de Sevilla en los establecimientos de garantía, y no en las tiendas de los chinos, que los panamás que venden a cuatro euros ni te preservan del sol ni nada, y nada digo de los borsalinos que los canis se echan hacia atrás, hacia la coronilla. Vayan a Maquedano en la calle Sierpes, o a García en la Alcaicería, o a Padilla Crespo en la calle Adriano y cómprense un jipijapa como Dios manda. Como los que se han usado en Sevilla toda la vida de Dios. Como el de Juan Belmonte y como el que gasta desde hace muchos veranos mi dilecto compañero de Academia don José Antonio Gómez Marín. Y, por favor, un jipijapa de alas anchas, no esos sombreritos como de Nat King Cole de ridículas alas estrechitas que se gastan los canis y que no sé por qué demonios llaman borsalinos.