No sé si me lo parece o si es realmente
así: ¿usted no cree que en Sevilla cada vez se va a más gente por la calle con
sombrero? Señores especialmente. E incluso canis. Con ese sombrerito
completamente cani que ellos llaman "borsalino", pero que no tiene
absolutamente nada que ver con los verdaderos borsalinos, que eran los
sombreros italianos de esta marca, de fieltro y anchas alas, que usaban los
gánsteres de Chicago. Un gánster sin borsalino, sin traje de raya diplomática y
sin metralleta ni es gánster ni es ná: eso es todo lo más un componente de la
chirigota "Los Peperonis" de Manolo Santander, la que sacó el
memorable pasodoble "Me han dicho que el amarillo", ya himno oficioso
del Cádiz C.F. El que llevan los canis no es borsalino ni Maquedano que lo
fundó; pero, bueno, a efectos de la tesis de este artículo, que es el retorno
del sombrerismo, no vea usted el avío que nos ha dado hasta el final de este
primer párrafo. Punto y aparte, pues.
Usted habrá visto como ilustración en
muchos libros de Historia Contemporánea el anuncio de una sombrerería de Madrid
al terminar la guerra: "Los rojos no usaban sombrero". Lo que son las
cosas. Ahora son los rojos los que lo usan. O al menos la chavalería votante de
Podemos, si a eso se le puede llamar rojerío, que tampoco sé. El sombrero era
antes cosa de persona mayor conservadora, pero ahora lo llevan los muy jóvenes
y muy progres y antisistema. Sombreros como los falsos borsalinos ya descritos
o el jipijapa de toda la vida, al que llaman "panamá". Que por cierto
sólo tiene de Panamá el nombre. Los buenos, los verdaderos, los que se enrollan
y caben en el bolsillo, están hechos en Ecuador. Pero como el presidente Wilson
se puso un auténtico jipijapa ecuatoriano para inaugurar el Canal del Panamá,
donde hacía un solazo del carajo, pues los americanos le lalmaron
"sombrero de Panamá" al jipijapa y panamá se le quedó.
¿Por qué vuelve el sombrerismo? Pues yo
creo que por razones médicas. Los dermatólogos están haciendo por el
sombrerismo más que Maquedano, García y Padilla Crespo juntos. Usar sombrero en
verano en Sevilla, en esta ciudad que Monteseirín desarboló y dejó sin sombras
en la Avenida, es la mejor forma de luchar contra el cáncer de piel. No sé si
será por el puñetero agujero de ozono, por el efecto invernadero o por las
castas todas de la contaminación, pero el sol cada vez quema más en Sevilla.
Tela. Se lo leí en ABC al dermatólogo don Julián Sánchez Conejo-Mir: el sol en
Sevilla quema igual que en la playa en Chipiona. Siento disentir del sabio
doctor de tan ilustre apellido dermatológico: lo mismo que en Chipiona, no; en
Sevilla el sol quema bastante más, porque en Chipiona para ir a Las Tres
Piedras te embadurnas de crema protectora del 50 o de pantalla total, y aquí
sales a pelo, y vuelves a casa con la frente como un langostino de los que se
comía Torrijos con cargo a los presupuestos. Sabio consejo el de usar sombrero
en Sevilla en el verano de "este sol padre y tirano" de José Andrés
Vázquez.
Y lo mismo que los oculistas recomiendan
que no se usen gafas de sol de las que venden en las tiendas de los chinos, que
se compren homologadas en las ópticas, porque las otras son fatales para los
ojos, así yo también recomiendo que se compren los sombreros contra el solazo
de Sevilla en los establecimientos de garantía, y no en las tiendas de los
chinos, que los panamás que venden a cuatro euros ni te preservan del sol ni
nada, y nada digo de los borsalinos que los canis se echan hacia atrás, hacia
la coronilla. Vayan a Maquedano en la calle Sierpes, o a García en la
Alcaicería, o a Padilla Crespo en la calle Adriano y cómprense un jipijapa como
Dios manda. Como los que se han usado en Sevilla toda la vida de Dios. Como el
de Juan Belmonte y como el que gasta desde hace muchos veranos mi dilecto
compañero de Academia don José Antonio Gómez Marín. Y, por favor, un jipijapa
de alas anchas, no esos sombreritos como de Nat King Cole de ridículas alas
estrechitas que se gastan los canis y que no sé por qué demonios llaman
borsalinos.
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