¿Qué más monumento
queremos que Sevilla misma?
Usted habrá escuchado muchas veces la más
que acertada frase del humanista Santiago Amón, que todos repiten sin citar a
su autor: "En España no cabe un tonto más". Aplicada a Sevilla...
–Pues aplicada a Sevilla es que la
ciudad está chorreando tontos hace una jartá de años. Aquí no caben los tontos
desde tiempos del Rege Carolo. Con decirle a usted que en Sevilla hasta hay
listas de espera para que cuando la palme uno de los siete mil millones de
tontos que hay pueda otro ocupar su plaza libre...
Sí, aquí en Sevilla hay, como saben,
tontos con balcones a la calle. Y tontos con ático retranqueado, que dice
Carlos Navarro Antolín. Y tontos desde que sus padres eran novios. Y tontos con
carné. Aparte de los "Tontos de capirote" famosos que catalogó e
inventarió Micer Francisco Robles. Que es por cierto un libro que debería tener
tapas con anillas de argolla para irle añadiendo capítulos conforme vayan los
tontos saliendo de detrás de la mata: el tonto de la filtración del cartel, el
tonto de la exposición del Mercantil, el tonto de los problemas del Martes
Santo, el tonto partidario de Amigo Vallejo...
Aplicada a Sevilla, pues, la frase no es
"En Sevilla no cabe un tonto más", ya que ha tiempo que tenemos
puesto en la taquilla el cartel de "No hay localidades para tontos".
Debe ser: "En Sevilla no cabe un monumento más". Porque existe, en
efecto, el Tonto del Monumento, el tío que cuando se emperra en levantar un
monumento a algo o a alguien, no para hasta que descubren el correspondiente
bronce, estropeando muchas veces un paseo precioso o una calle bien linda. Como
se celebra el LXXV aniversario de la muerte de Antonio Machado en Colliure, me
temo que estamos amenazados con monumento al autor de la saeta que todos los
frikikofrades creen que es de Serrat. Vecinos de la calle Dueñas pidieron al
alcalde hace poco lo que todos los barrios, incluido ese abandonado barrio
interior que dice Juan Ruesga que es el centro: que adecentaran y arreglaran
aquello. Y Zoido les dijo que ya lo tenían pensado, y que delante de la Casa de
las Dueñas iban a poner... ¿A que no sabe usted qué? ¡Un monumento! A Antonio
Machado. Cuando Machado tiene ya allí no uno, sino dos recuerdos: el azulejo
que hay dentro, en el patio, con el verso del limonero y el otro que hay fuera,
en la tapia, colocado en tiempos de otro alcalde que quiso ponerse moños a
costa del autor de "Los Complementarios" (¡toma ya cita rara de
Machado!). ¿Un monumento a Machado delante de la Casa de las Dueñas? ¿Qué mejor
monumento que su recuerdo en la propia Casa de las Dueñas, la delectación en la
evocación de su infancia sevillana, el krausismo de la familia, Demófilo, la
madre trianera, los delfines por el puente de Triana, la Universidad Literaria
de la calle Laraña, el patio, el limonero y la tragedia final de una vida con
composición en anillo, que acaba en "estos días azules y este sol de mi
infancia"? Además, que como Sevilla es como es, si plantifican un
broncíneo Machado ante la Casa de las Dueñas, puede que los cocheros les
expliquen a los turistas al pasar por allí como lo de Pilatos en su Casa:
–Y aquí está la estatua de Antonio
Machado porque como al hombre le gustaba tanto Sevilla, todos los años lo
invitaba Cayetana, la Duquesa de Alba, a que viniera a pasar la Semana Santa y
la Feria aquí a la Casa de las Dueñas, gratis total.
A Aníbal González le pusieron un
monumento (horroroso) delante de la Plaza de España. Cuando el monumento estaba
ya allí: ¿qué mejor homenaje a Aníbal que la propia Plaza de España? Ahora,
para hacerse alguien un foto inaugurándolo, quieren hacer un monumento a Le
Forestier en el Parque de María Luisa que diseñó. ¿Qué mejor homenaje a
Forestier que el propio Parque, que tenerlo cuidado y sacado de brillo y a salvo
de salvajes? Llego a la conclusión de que la monumentitis es una enfermedad
propia de las ciudades del Sur que han perdido el Norte. Por favor, ya que no
para usted la máquina de estrechar calles y quitar aparcamientos, pare usted
por lo menos la máquina de poner monumentos, Don Zoido. ¿Qué más monumento
queremos que Sevilla misma?
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