En esta Sevilla donde todas las fábricas cerraron, no nos quedan más
chimeneas industriales que las de los puestos de castañas. La cosa tiene
castaña.
Contaban en Madrid que el otoño no
empezaba hasta que alguien publicaba en algún diario el tradicional artículo de
las castañeras. No cuando humeaban los puestos en las esquinas, no, sino cuando
salía el típico y tópico artículo a lo Estébanez Calderón sobre las castañeras.
Cómo será el tópico del artículo de las castañeras de Madrid, que hasta un
cante nada otoñal como los caracoles hace en verso su columna sobre la castaña:
"Porque vendes castañas asás/aguantando la nieve y el frío". (Letra de
pregón cantado que dicen los eruditos, los que Felipe Campuzano llama "los
flamencólicos", que el cante tomó prestada de la zarzuela titulada
"Jeroma la Castaña", estrenada en Madrid en 1843").
Es raro que aquí en Sevilla la rancidez
periodística no tenga establecida como obligatoria tradición otoñal el artículo
de las castañeras. Que quizá por aquello de la dictadura de la igualdad de
género que está arrasando la gramática, aquí son castañeros. Castañeras de
Madrid, castañeros de Sevilla. Más o menos como el dicho: "Señores de
Sevilla, señoritos de Jerez, gente de Cádiz". O como diría Susana Díaz en
un discurso: "Castañeros y castañeras". O sea, la Ciudadanía de la
Castaña, que tiene castaña la tontería de decir "ciudadanía" para no
caer, dicen los cretinetes que la usan, en el agravio de géneros. Que dllaman
género cuando quieren decir sexo y de paso se cargan los géneros gramaticales.
Pero ésa es otra.
No es que yo quiera inaugurar el rito del
Artículo de los Castañeros con su carrillo de mano, con los marrones frutos
serranos extendidos en su batea y con el humo de la complicada tecnología de la
olla de asar, blanca como una pared de Arcos de la Frontera. Estos
carrillos-batea de los castañeros tienen algo de barco de vapor. Si González
Ruano dijo que los coches de caballos, los peseteros de alquiler, eran las
góndolas del asfalto, los puestos de castañas son los vapores que navegan por
el río de las esquinas: "Castañero, que se va el vapor", podía ser
otro cante agaditanado así como por caracoles, que a poco que se propusiera
hacerlo Miguel Poveda, lo bordaría.
¿Por qué todos los puestos de castañas
son iguales? ¿De dónde salen los puestos de castañas? ¿Es un mayorista que les
da la mercancía y el vehículo a los vendedores, como la mafia que dicen que hay
detrás de los negros que venden clínes en los semáforos? Primos hermanos de los
vendedores de incienso, los castañeros forman unos jumeríos tela importantes en
La Campana, en la Puerta Jerez, en la Encarnación o en los barrios. Da gloria
verlos. En esta Sevilla donde todas las fábricas cerraron, no nos quedan más
chimeneas industriales que las de los puestos de castañas. La cosa tiene
castaña. Tanto humo echan los puestos de castañas, que hay riesgo que a sus
honrados asadores los confundan con otro oficio que sí que es sevillanísimo: el
vendedor de humo. Los castañeros son como los vendedores de humo, pero con un
carrillo de mano de verdad y castañas de verdad, que he quincado que no son de
Galaroza como en el cante, sino gallegas, y que vienen en bolsas de malla como
los caracoles del moro o los mejillones.
El vendedor de humo sevillano sí que
tiene su artículo de la castañera cada día en el periódico. Qué predicamento
tienen, hijo. Un día llega un vendedor de humo y te vende a Sevilla como Ciudad
de la Aeronáutica. Otro día otro te vende a Sevilla como Ciudad de la Ópera. O
como Ciudad del Cine. O cono Ciudad Universitaria. O como Ciudad de Cruceros.
Siempre como Ciudad del Camelo. Tantos camelos, que estoy deseando que llegue
un vendedor de humo que nos quiera vender a Sevilla como la Ciudad de Sevilla,
no la de Esto o de lo Otro.
A lo mejor el tío de las castañas, con su
humo, es el que la vende así, a Sevilla como Ciudad de Sevilla. Pero el pobre,
como el coronel del otro, no tiene quien le escriba el tradicional artículo
amadrileñado de las castañeras.
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